Perdida,
con esa negligencia por la vida,
me detuve a la orilla
y me fueron pasando los recuerdos
que creí haber borrado;
retazos del pasado,
sueños viejos, ajados,
culpas, remordimientos
y tu marcha en silencio
con los ojos cerrados.

Me enseñaste mil cuentos
de palacios y hadas
donde hermosas princesas
conseguían sonreír
bailando en una fiesta
con un amor del brazo,
historias y cantares
con un final feliz.

No quiero reprocharte
mi despertar tan brusco,
nadie tiene la culpa,
así es la vida.
pero si tú te ibas
así, sin despedirte,
dejándome tan sola,
¿por qué no me enseñaste a no estar triste?



("Donde vuelan los colibríes")