Trataba de recordarla, pero la noche hacía cada vez más esquiva su memoria. En cierta medida sabía que era culpa suya. Por qué no haber guardado una foto, un retrato, una carta, un regalo, o cualquier cosa que le recordara cómo era ella. Sabía que sus ojos eran generosos y amplios, y que se humedecían de misterio cada vez que el sufrimiento ajeno tocaba su puerta de empatía. Sabía también que su cabello era largo y que entre los dedos provocaba un exquisito cosquilleo. Recordaba que sus manos eran perfectas y que su sonrisa era eterna. Pero no podía recordar cómo era ella. Su rostro se fue difuminando inevitablemente con los años y por más que intentaba reconstruirla para sí, fracasaba miserablemente y se deprimía y bebía por ello.
Así lo encontraba yo cada vez que lo visitaba. Con los ojos brillosos y el aliento dulzón, por una casa llena de pequeñas baratijas que coleccionaba de distintas provincias del país, siempre intentando que algún minúsculo detalle hiciera despertar en él un gigante dormido y por fin abrir la única ventana que le importaba abrir y liberar así su amarga decadencia de olvido.
Él me contaba de muchas formas distintas las mismas historias de antaño. Siempre había un detallito que con elegancia hacía hincapié, y yo que me enternecía con facilidad, estrujaba el rostro mojado sin quererlo, y buscaba excusas para aclarar la garganta o contemplar el lado más suave de un pañuelo.
Tan triste lo vi una tarde, que surgió en mí un proyecto muy personal, y decidí pintarle un cuadro de ella, y convencida de que con todos los detalles recogidos en miles de anécdotas me sería posible llenar los vacíos de su memoria con retazos y pinturas de colores.
Tras un par de meses acabé mi mejor obra, y cómo nunca en todas las historias salió su nombre a flote, sólo titulé al cuadro como “ella”.
Al llevarle mi regalo al viejo, mi corazón marcaba un doble compás, quizás anticipando su llanto, su agradecimiento o su recuerdo, pero al abrirse la puerta, él me contempló con los ojos cristalinos y sin notar el paquete envuelto que le traía me dijo entre respiros serenos: - al fin te recuerdo -
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