Pocos cabellos que seguro tuvieron,
mejor tiempo y mejor trato,
intentan cubrir una calvicie
que se muestra avanzando.
Los años, el alcohol,
La comida y los excesos
se refugian en su abdomen
brotando en los resquicios
de la camisa que se aguanta.
Mano suelta y generosa
Con favores y dinero,
Quiere mostrarla dura y áspera
Cuando alardea, fama de macho
Que dice haber logrado
En mil disputas. No todas leales
ni de frente. Y si muchas
en muerte terminadas.
O cuando enumera
De a una en una las vaginas
Que dice desfloradas.
Apañador de truhanes
ladrones, cafishos y de putas,
se sabe solitario en la mañana
cuando de la curda se levanta.
Se sienta calmo a hablar
de cualquier tema
que siempre, pero siempre
al final se reitera en esa bronca
que de adentro, perpetuamente
le viene cuando a “ella”
finalmente nombra.
Su monologo de denuestos
insultos e improperios,
se detiene cuando la próstata
de la rueda lo levanta.
Regresa, sin la calma
con que comenzara.
De yegua a loca
adjetiviza a la que fuera,
en un tiempo su mujer.
Como si el odio le naciera
de ese amor que no logra
doblegar ni el tiempo ni el licor.
Cuando se le encapotan
Las ideas y se le enredan las palabras,
que se reiteran, habla de matarla.
Pero la salva ser la madre
del olvido de sus hijos.
Entonces castigarla
le parece suficiente.
Y no encuentra mejor castigo
que el volver a tenerla.
Junto a si y para siempre,
para cuidarla y amarla,
como en su chaladura
todavía cree hacerlo.
Entonces el Loco
furioso se levanta,
con los pulgares y del cinto
los pantalones se levanta.
Con la mano ahueca
un vacío a su espalda,
buscando un imaginaria arma,
y en la mesa se derrumba
incapaz ya de lograrla.
No al arma, que la tiene,
Sino a “ella” que se le escapa.
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