No recuerdo la razón, pero se que debo ver a mi primo Álvaro. Tomo el auto y comienzo a manejar a través de un ancho camino de tierra y a ambos lados del camino, ordenados en interminables columnas, árboles de unos veinte metros de altura se erguían mientras en las alturas el cielo se había tornado de color púrpura y unas cuantas nubes lo decoraban. Y a medida que avanzaba veía en lontananza muchos edificios y sabía que mi primo vivía en uno parecido. Mi viaje de conducción termina y llego a mi destino. Comienzo a subir las escaleras, pues vive en el último piso, y a medida que lo hago me confundo pues siento que subo pero cuando miro los peldaños que piso pareciese como si estuviese bajando, es una sensación bien ambivalente. Al cabo de un rato llego al piso correspondiente, abro la puerta y mi primo está con otras cuatro personas, dos mujeres y dos hombres y yo solo reconozco a una de las mujeres y la saludo. Todo termina cuando empiezo a recorrer el departamento, como si buscara algo, no obstante, no le encuentro.