A V no le gustaba mucho andar, al contrario que a mí, pero esa noche no me dejaría volver sola a casa, y eso que vivía en el otro extremo de la ciudad. Sin embargo, resultaba bonito que lo hiciera por mí.

La huida de mi vida, mi retorno a medias al mundo exterior y volver a retomar la amistad con mi amiga me había llevado a encontrarme con V.

Detrás de su sonrisa y sus exclamaciones había fisuras que conducían a lo más profundo de su ser.

Si hubiera prestado atención, habría notado el cariño de V hacia mí. En cambio yo, aún estaba demasiado enfrascada en mis preocupaciones y no veía los cambios que se estaban produciendo. Puede ser que no los esperara, que me había acostumbrado a estar sola y no deseara nada más, por temor a hacer (me) daño.

Nuestro primer abrazo, aquella noche, fue apresurado, torpe, apasionado.

Ocurrió sin pensar o quizá después de pensar en ello toda la noche.

Pasó durante varios minutos, en el momento preciso que encendieron las luces del bar dónde estábamos. Sonaba la última canción que daría paso al cierre.

Seguíamos bailando cuando me acerqué a él y le abracé.

Levanté la mirada y me encontré con la suya. Me volví sonriendo.