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Graffiti. Paris, Mayo 1968
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Ernesto de Sousa
Mi padre es carpintero como lo fue mi abuelo. Teníamos un
taller al final del jardín de nuestra casa que olía a madera
recién cortada y a cola de carpintero.
El día que cumplí 17 años, sin comprender por qué, me
encontré en el taller de mi padre sujetando un pedazo de
papel de arena entre los dedos. Recuerdo su voz diciéndome:
- Teo, tienes que lijar esta mesa hasta que la superficie quede
suave al tacto. Debes pasar la yema de los dedos para sentir
la lisura de la madera porque los ojos suelen engañar y no se
puede confiar en ellos. Debes comenzar con los grados de lija
gruesos y terminar con los más finos. Elige un trozo de madera
que tenga uno de los lados bien liso, sostienes el papel
abrasivo con la misma, sin presionar demasiado haces movimientos
circulares sobre la superficie y poco a poco lograrás
allanarla. No debes apurarte.
Lo explicaba mientras me mostraba como debía hacerlo.
Mi vida cambió bruscamente. Pasé de ser estudiante a aprendiz
en sólo una noche.
Estoy seguro que mis padres dudaron de mi inteligencia y
pensaron que sería un gasto de mi tiempo continuar con mis
estudios.
La monotonía de reiterar el mismo trabajo me aburría, sin
embargo fui aprendiendo el uso de las herramientas y
comencé a gozar de las pequeñas victorias cotidianas que me
permitían ir resolviendo los problemas.
Mi padre advirtió mis progresos. Sin duda sería un buen carpintero
como lo era él y también su padre. Comenzó a llevarme
con él a ver a los clientes para que oficiase de su asistente.
Siempre estaba nervioso el día que íbamos a tomar un nuevo
trabajo. Llevaba una libreta de color negro y un lápiz sin
punta. Anotaba la descripción del mueble que le encargaban
y se ocupaba de reconocer el espacio que ocuparía en la habitación.
Dándome un metro de cinta de acero, me hacía
medir las dimensiones del cuarto donde iría el mueble que
nos encargaban.
Mientras, diseñaba los muebles de acuerdo a lo que él había
interpretado. Me sorprendía la capacidad instantánea de responder
a las necesidades del cliente. Cuando se lo comentaba
su respuesta era - Experiencia.
Esquematizaba varios diseños y se los mostraba al comprador
quien sugería algunos cambios mínimos, quizás para sentir
que estaba colaborando o para demostrar que era él quien
decidía.
Después de intercambiar ideas, hacía los cambios y ajustes
necesarios. Me hacía medir en abstracto las dimensiones del
mueble que fabricaríamos, anotándolas en su libreta negra.
- Para mantener las proporciones bajo control, –decía.
Cuando regresábamos al taller, se dedicaba a calcular los cos
tos y las posibles ganancias.
Nuestra vida transcurría sin sobresaltos. Yo aprendía el oficio
de carpintero y a veces accidentalmente me martillaba los
dedos. El dolor que estos errores me producían, aunque
infrecuentes, era insoportable. Para espantarlo, sacudía la
mano con violencia.
Por la mañana de un día tranquilo, mientras realizábamos la
rutina diaria, uno de los clientes de mi padre lo llamó para
recomendarle que vaya a ver a un Señor extranjero llamado
Malik, quien necesitaba una mesa de comedor. Comentó
vagamente algo sobre la dificultad de entenderse con él porque
no hablaba nuestro idioma.
Como siempre en estos caso, mi padre llevó su libreta negra
y a mí. Al llegar a la casa, nos atendió un hombre elegante de
aspecto norafricano, quien con un gesto nos invitó a pasar.
Los tres permanecimos parados en el medio de una habitación
enorme, sonriendo en silencio.
Yo comencé a tomar las medidas del cuarto mientras mi
padre las anotaba.
El señor Malik caminó hacia una esquina de la habitación,
apoyando su espalda sobre la pared para permitirnos hacer
nuestro trabajo, pero quedándose por si necesitábamos algo.
Cuando mi padre terminó de dibujar distintos diseños se
acercó al Señor Said Malik, que así se llamaba, para mostrárselos.
Al mismo tiempo recitó el discurso que suelen articular
los vendedores. Exaltó las virtudes de tal o cual madera
al tiempo que desarrollaba teorías sobre la textura y el
color de las paredes, y el por qué estas dictaban la necesidad
de una madera dura de color rojo. El estilo sería definitivamente
inglés, Sheraton para ser más preciso, ya que se imaginaba
la mesa con patas muy finas.
El señor Said Malik lo escuchaba atentamente aunque era
claro que no comprendía. Mi padre se detuvo unos segundos.
Entonces él aprovechó la interrupción para salir de la habitación
y al regresar lo hizo con una adolescente, quien nos
saludó respetuosamente.
Escuché su nombre como un murmullo lejano.
- Samina.
- Mi hija.
Después de mirar los dibujos por un tiempo interminable,
conversaron en su idioma.
Ella acercándose a nosotros, apoyó el dibujo sobre el suelo.
Se sentó sobre la alfombra y esperó que nosotros hiciésemos
lo mismo. Una vez instalados, desechó varios de los diseños
hasta que eligió dos de ellos. Los colocó uno al lado del otro
y nos hizo entender con sus dedos extendidos sobre el papel,
que quería combinar las patas de uno con la superficie del
otro.
Mi nombre es Samina, estoy cansada de huir. Mis ojos esperan volver
a ver las dunas acercándose al Mar Mediterráneo, sentir el calor
de la arena entre los dedos de los pies mientras corro para evitar quemarme
y allá a lo lejos el horizonte acariciando la caída del sol sobre
las olas.
Hoy, deambulando por los cuartos de esta casa sentí que estaba despojada
de todo vestigio humano. En esta casa nadie jamás ha sentido
ninguna de las urgencias de la vida. Aquí veníamos en verano a
descansar y a refugiarnos. Nos brindaba la libertad y seguridad que
necesitábamos, por eso viajábamos interminables horas en avión.
La casa carecía de objetos innecesarios o necesarios, porque mi
madre se las arreglaba para que todo desapareciera al final de las
vacaciones.
Escapamos varios años de país en país. Nunca supe cuales eran los
motivos de esta vida en movimiento continuo y mis padres evitaban
hablar de nuestra situación.
- Está mal pensar y es aún peor escribir poesía –solía decir mi
padre–.
Mis hermanos se establecieron en lugares remotos donde sería difícil
localizarlos y ahora que mi madre murió, mi padre decidió vivir en
esta casa, porque de esta manera el pasado nos abandonaría.
Cuando entré al cuarto y ví los carpinteros, tuve que contener mi
risa. Teo, que así se llamaba el joven, era flaco, alto y desgarbado
con una sonrisa fácil. Contrastaba con la seriedad de su padre quien
parecía estar permanentemente preocupado.
Bastaron apenas unos instantes para comprender que Teo fue el primer
hombre que deseé. Intercambiamos silencios y el calor de su
mano estremeció la mía al pasarle los diseños que su padre había
dibujado.
Pasaron varios días antes de que mi padre estimara el costo
para la fabricación de la mesa para el Señor Malik. Cuando
lo terminó, decidió que lo mejor sería ir hasta la casa y entregársela
en mano, ya que llamar por teléfono iba a ser complicado
y no sabíamos como nos respondería a una carta.
Puso todas las páginas en un sobre marrón y me dijo: - Teo,
entrégale ésta carta al Sr Malik. El diseño y el precio están
incluídos, esperemos que acepten.
Subí a mi bicicleta y fui hasta la casa de fachada blanca y estilo
indefinido.
Ella abrió la puerta y tomándome del brazo, me hizo pasar
al hall desde donde podía ver varias puertas y escaleras que
desaparecían en la penumbra. Vi la sensualidad de su rostro
mientras me preguntaba a donde llevarían cada una de esas
puertas.
Le entregué el sobre que traía conmigo, pensando en esas
películas norteamericanas de historia europea, donde el
mensajero era acusado de traidor o criminal porque la carta
traía malas noticias. En el mejor de los casos lo ahorcaban en
represalia o si se sentían bondadosos, lo mandaban a una prisión
repulsiva donde se quedaba hasta que la humedad le
comiera los huesos y los piojos el cerebro.
Sin abrir la carta, se fue por uno de los pasillos desapareciendo
en la oscuridad. Me atreví a mirarla.
Luego de unos minutos volvió con los dibujos en la mano y
con un gesto afirmativo me dio a entender que su padre
había aceptado.
Cuando Teo trajo la carta, yo estaba sola. Pretendí que mi padre se
encontraba en alguna parte de la casa porque tuve miedo de mí.
Él se quedo en el medio del hall de entrada inocentemente.
Cuando se fue, lo vi montarse a la bicicleta. Mis ojos lo siguieron
hasta que fue un punto que desapareció en la distancia.
Mi padre tuvo que salir del país. Yo me quedé en la soledad de ésta
casa recorriendo los cuartos, escuchando el resonar de mis pasos nerviosos.
Evitaba salir a la calle. La timidez y el desconocimiento del idioma
local hacían que mi vida cotidiana se centrase en una prisión abstracta,
donde los limites de la cárcel estaban en mi imaginación y me
impedían gozar de la libertad que me fue impuesta.
Hay días en que me animo a viajar en el subterráneo. Me divierte
la oscuridad de los túneles, estar sentada alrededor de toda esta
humanidad silenciosa de pasados y presentes inasibles, sospechas de
allá en Africa en Asia o América. De los limites y monotonías de sentirse
condenado al tedio circular de viajar todas las mañanas y las
tardes en un círculo donde no hay principio ni fin.
- Necesito ver a Teo.
Aprendí las palabras que me serían útiles para comunicarme con él.
Le escribí una carta larguísima contando la historia de mi familia
en caractéres árabes y al final arriesgue simplemente
Teo, ven…
No podía dejar de pensar en Samina, su presencia me perseguía,
era absurdo, la había visto sólo unos minutos sin
embargo fueron suficientes para soñar, aunque comprendía
que las distancias entre ella y yo eran insalvables.
Por la mañana, antes de ir al taller para comenzar mi labor,
recibí un sobre. Lo abrí con desdén ya que nunca nadie me
escribía una carta. Para mi sorpresa, caractéres arábigos se
desplegaban indescifrables sobre el papel. Adiviné el origen
y me puse a girar las páginas para averiguar donde estaba el
principio de la carta. Sabía que se leía al revés que nuestra
lengua y me detuve al leer: Teo, ven. Samina.
Temblé de incertidumbre y la escondí entre los libros en la
biblioteca de mi cuarto. Por las noches ponía las páginas
sobre mi cama e intentaba descifrarlas. Poco a poco, ante mis
ojos se fueron transformando en un objeto visual. Ya no veía
las palabras separadas por los espacios sino que eran una
unidad cada vez más bella e incomprensible. Había dejado
de ser un texto misterioso para transformarse en un dibujo
develador.
Decidí contestarle. Le escribiría una carta tan extensa como
la de ella, donde le contaría la historia de mi familia.
Aprendería a escribir ‘Te Amo’ en su idioma y lo pondría al
final de la carta.
Quería que mi carta replicase la de ella, que aunque careciera
de significado aparente, se transformara ante sus ojos en
un dibujo magnífico.
Salté sobre mi bicicleta y me dirigí a la casa de Samina. La
fachada blanca y extensa estaba frente a mí. Miré hacia las
ventanas, vi que ella estaba detrás de las cortinas. Al verme,
golpeó el vidrio de la ventana, haciendo un gesto para que
esperara. Escuché sus pasos bajar las escaleras corriendo,
abrió la puerta y me hizo entrar.
Nos quedamos avergonzados, el uno frente al otro cuando
sentí su mano acariciar mi cara y su respiración entre mis
dedos.
Nos amamos con las furias y la inocencia de la juventud.
La carta que él traía quedó sobre el suelo del hall de la entrada.
Cuando entró a la casa, lo tomé del brazo bruscamente y entre su
aturdimiento y el mío se habrá caído de sus manos sin que lo advirtiéramos.
Caminamos en la oscuridad del pasillo, corrimos escaleras arriba
hasta llegar a la Torre.
La Torre era mi habitación siempre que veníamos aquí.
Es un cuarto pequeño, con ventanas a cada una de las paredes.
Desde allí veía la ciudad. Nos sentamos uno frente al otro separados
por una mesa absurda, comprendí que el tiempo es la suma de los
silencios.
Me escuché hablando con Teo, su respuesta fue una sonrisa de confusión,
porque sabíamos que nuestras palabras eran incomprensibles
para el otro y jugamos a escucharnos. Yo decía algo que él pretendía
entender y me contestaba cosas que no tenían ningún significado
para mí más allá del placer de estar con él.
Impulsivamente mis manos acariciaron su cara, después todo fue un
caótico frenesí de adolescentes.
Cuando Teo se fue, levanté la carta y al abrirla reconocí los signos
indescifrables de significados misteriosos. Sólo al final descubrí dos
palabras mágicas “Te amo”. La sonrisa más bella que jamás tuve me
persigue desde entonces.
¿Teo vendrá mañana?
No podía dormir, ni parar de tocar las páginas de la carta con la
yema de mis dedos. Sentía su piel erizarse en cada movimiento.
Exhausta me dejé dormir.
Varios días después mi padre regresó. - Debemos irnos ya. Se están
acercando, descubrieron dónde estamos y es peligroso.
No pude despedirme de Teo, todo fue silencio, confusión.
Viví toda la semana en estado de elación. Sentía que ya era
tiempo de ver a Samina nuevamente. Al terminar la jornada
de trabajo con mi padre, le di alguna excusa para escaparme
sin tener que explicar demasiado. Decidí caminar porque así
tendría más tiempo de gozar las incertidumbres y felicidades
que me acosaban.
Al llegar frente a la casa de Samina, dudé si tocar el timbre o
no. Me preguntaba qué le diría el Señor Said si justo me
atendía él.
Di vueltas esperando que Samina se asomara a alguna de las
ventanas o por accidente encontrarnos en la calle.
Después de un tiempo infinito, oscureció y no pude contenerme
más. Impulsivamente toqué el timbre, esperando
escuchar los pasos bajando la escalera.
Nadie atendió mi llamado. Todo es silencio y confusión. |