Si hay algo cierto en la vida es que ésta es cambio. Y tú no puedes escapar a esa condición. Es cierto que no luces mal, me resultas cómoda, suave y digamos, “acariciante”. Es más, eres entrañable, parte de mi historia, pero no en general sino de momentos realmente agradables. Contigo caminé por los lugares más peligrosos en altas horas de la noche y nunca me abandonaste ni emitiste queja alguna. Juntos descubrimos y deleitamos con míticos lienzos en algunos de los museos más importantes del mundo. Tu versatilidad para adaptarse a cualquier tipo de circunstancia incubó la certeza de que tu origen lusitano era una simple denominación, porque en cualquier parte del mundo, desarrollado y no, pasabas por oriunda y nunca desentonaste.
Pero la vida transcurre y si bien ya dije que luces bien, también es cierto que presentas algunas arrugas que no disimula el maquillaje. Tu piel no es firme como antaño y no ocultas algunas manchas que si bien exaltan el haber vivido y te dan distinción, no dejan de delatar tu edad.
No te miento, me entusiasmo ante alguna jovencita de curvas entalladas, brillosa y de pisar seguro. De su cadencia nueva y olor silvestre. Es más, confieso me he visto tentado a pagar por más de una cualquier precio, porque ahora lo puedo hacer sin mayor sacrificio y casi sin pensarlo. Pero la costumbre y algo más, quizás el amor me llevan a desviar la mirada y recordar conmovido tu presencia, calidad y forja de buena cuna.
La vida es cambio, indudablemente, pero también, muchas veces, frase sin sentido. Y la fidelidad, quizás otro lugar común, pero que me sienta bien, una virtud que siempre deja ganancia.
Solamente fue un pensamiento fugaz, un arrebato de viejo verde ante el brillo de las luces de neón. Deseo de presentarme como lo que no soy. No, no te pienso abandonar, relegarte en un rincón y mucho menos exponerte con cualquier mequetrefe que te de mala vida.
Mis par de botas portuguesas, mi complemento, nunca te voy a abandonar:¡ de aquí hasta el ataúd!
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