Del equipaje de antiguos puertos
uno solo es el que se olvida
aunque seamos cientos,
para abordar franco la amanecida
sin querer ya los ojos muertos de tanta luces,
de tantas sombras.

Somos cientos, pero solo uno
el que se obliga a guardar la voz ronca
entre las manos frías
cuando son todos los que gritan
con el clamor del fuego,
y a todos se les ignora;

Solo queda el hombre en penumbra
tras los cientos de nombres ignotos
que de su propia boca afloran.

Somos cientos, si, pero uno solo
maldice la hora oscura
en la que escondió su clara memoria
-de tu rojo nombre– porque aún le perduras;
Solo uno entre cientos,
el que siente la locura
si son todas las voces las que te nombran.

Somos cientos, si, y tú una sola;
Cientos de veces solo una.