El Torino rojo se estaciono justo enfrente de la casa de Avellaneda 2953. Era un soleado día de primavera y los brotes de los arboles y las hojas de las flores daban al aire un perfume particular. Dentro de la casa reinaba un clima de distensión y festejo. El viejo había ganado dos días antes las elecciones, y ese día el Petiso se levanto diciéndole a los suyos que la alegría seguía siendo peronista. Todos rieron, no falto incluso un viva Perón en el festejo.
-Ahora vamos a mostrarle al zurdaje el puño de acero de la patria peronista, dijo alguien con tono de macho haciendo alarde de macho.
Antes de cruzar la puerta de salida el Petiso se paro frente al espejo. Se sentía canchero, ganador, se miro, se peino con los dedos gordo e índice de su mano -el mismo índice que señalaba la suerte de uno y otro- los bigotes manubrio, se paso la palma de la mano sobre el jopo engominado, se acomodo la corbata. Podría haber sido cantante de bolero, maestro del bolazo para las chicas fáciles, carne exquisita para las chicas del puterio. Se sacudió unas migas de galletita -vaya ironía- Traviata de la solapa. El Petiso se burlo de si mismo -un día como hoy no necesito sostener ningún paraguas. Todos rieron y las panzas voluminosas de algunos de ellos se sacudían a ritmo con las carcajadas. El Petiso cruzo la puerta seguro y decidido, convencido de que nadie muere en la víspera.
Primero trono un disparo que dio pleno en el pecho del Petiso, luego otro y otro.Los cusotidos se abrieron, se tiran al suelo, buscaron refugio de las balas sin pensar en el caído. Se armo el pandemonium, los custodios disparaban desde el piso, parapetados detrás de los autos, desde la puerta de la casa, hacia ningún lado, hacia todas partes.
El cuerpo del Petiso yacía en el piso.
Lino estaba concentrado en su puesto. En esta partida se jugaba a todo o nada. Iban por la suya y lo sabia, era una movida arriesgada, pero quien se asuste frente al riesgo que abandone la política, la revolución se hace con cojones, no con cagones les había dicho a los que lo acompañaban en la partida. No hacía falta aquella arenga. Lo seguía gente convencida de la venganza, convencida de que el viejo era un hijo de puta, de que los caídos exigían justicia, de que impedir que el Pepe y su runfla de cristianos peronistas, les impongan a ellos, la vanguardia marxista, las condiciones de la unidad. Si el Pelado y el Negro se dejaban prepotear, allá ellos. Nosotros vamos a obligarlos a luchar de verdad por la Patria Socialista, a negociar nuestras condiciones con el viejo de mierda, se repetían. La suerte estaba echada.
Lino se concentraba en los detalles, la posición de los tiradores, la puerta de Avellaneda 2953,
el movimiento de los custodios. No perder el detalle, se repetía. Después de tanto trabajo y planificación, de poner tanto en juego, no podían fallar. Por Ezeiza, por Trelew, por el Che, por la historia. Cinco por uno. Los concentrados ojos de Lino destilaban furia y decisión, no había cabida en ese momento para la ternura (endurecerse sin perder la ternura jamás dijo el Che). Cada uno en su puesto esperaba que el momento llegara. La primavera prometía un florecer de rosas rojas de victoria y de venganza.
La puerta se abrió.-Rucci traidor se dijo Lino entre dientes. No hizo falta señal, no hizo falta orden, nadie titubeo, cada uno sabia bien su papel en el plan e iban a cumplirlo al detalle. Los disparos salieron al unisono en perfecta sincronía , el cuerpo de Rucci se sacudía como una marioneta ante el impacto de las balas, los custodios se abrían temerosos de caer ellos. Al momento de la muerte el todopoderoso quedo solo, sin el pecho de nadie que lo cubriera.
Lino se aflojo un segundo con la sensación de la misión cumplida.
-Saludos a Vandor, hijo de puta, fueron sus únicas palabras cuando el cuerpo caído de Rucci se desangraba en el piso. |