Quemando en los calzones pedos suaves, con los pies en las orillas de la muerte
Osvaldo Lamborghini
Silencio raquítico del viento, la tarde fresca de verano. Las moscas zumban sobre la piel sudada , revolotean sobre los insectos muertos en el agua. ¿Sueñan las arañas con moscas azules?. Entre los resquicios de las nubes, aparece un tímido sol platense. Diagonal 80 es un discreto paseo de autos y colectivos, no es el infierno de ruidos y gente de los días de semana. No es el acceso a los piringundines de la estación, ni el dormitorio de los borrachos en su camino a la nada.
El hombre esta desnudo en el agua de la pelopincho ejercitando el escroto y el deseo (a falta de fernet bueno es masturbarse en el agua, saborear el sol cálido y concluir lo vano del acto mismo, sentir la inmensidad vacía del tiempo. Filosofía barata, preguntarse el donde, el para que y el porque de la vida y zapatos de goma, las sandalias se mojan con el agua que expulsa el cuerpo de la pileta). Enormes burbujas de pedos en el agua. El hombre desea mate y tortas fritas cocidas en grasa. Mate amargo al borde de la pelopincho hedionda en pedos y mosquitos muertos y de semen sidoso reclamando su suerte (si no puedo ser muerte para que quiero existir, reclama el semen sidoso emulando al espermatozoide que reclama ser vida).
Ella tenia un largo cabello lacio, tan largos como sus piernas. Era joven y audaz, soñaba ser actriz porno, objeto de deseo, mamadora hambrienta de grandes vergas sin rostro en la oscuridad de las pelvis.
La penetró y ella se cagaba, pedía por favor que saliera y pero siguió, siguió y siguío hasta que un fétido chorro de mierda se fue derramando por la pija, los huevos, las sabanas, provocando que la ensartaran con más violencia, salpicando en cada golpe de la pelvis y los huevos contra el culo que la mierda salpicara las paredes del pequeño cuarto. Ella pidió más y más y más, él la saco, carne y vena chorreada en mierda y sangre, como una cuchilla que ha calado en los intestinos de la víctima. La saco y se la dio en la boca, agarrándola de los pelos, hundiéndola hasta del fondo de la garganta sin fin que la tragaba. Ella lamió la mierda de las sabanas y las paredes blancas salpicadas de caca y sangre mientras pedía más y más, metiéndose entera su mano derecha en la concha, luego la izquierda en el culo, arrancándose los soretes y devorándolos como delicioso chocolate suizo hasta acabar. Se flexiono, se autolamio, metía su cabeza entera en la vagina, su cuello, sus hombros, su pecho. Se enrosco sobre si misma como un bicho bolita.
Ella nunca había leído al Marqués de Sade.
Ayer la lloro entre sucias sabanas y noches insomnes de cocaína por el culo de angelito, de luna llena, de horma de queso gruyere, curtido a vergazos y transito lento, se fue detrás de las estúpidas monerías del mono obediente del domador. (Emma Goldman: Si no puedo bailar, tu revolución no me interesa).
Dulce amor
no llores
por este malentendido
por la vaga
sospecha del fracaso
por la estúpida
lengua
de la domesticación,
ningunea
el tortuoso sendero
de las palabras hirientes
y las catarsis
del macho herido.
No bonita,
sabelo,
tu sonrisa
llena los días
de magia
es como un conejo
saliendo
de una galera
para huir hacia
el país de Alicia
y las maravillas.
Es letal y traicionero,
como la navaja filosa
y brillante,
sonriendo
antes de apuñalar
a su víctima.
Sonrisa
sabrosa
como el champagne frío
en las noches estrelladas
y la cocaína.
Me cago en Dios, la patria, el amor y toda esa mierda. Si he de morir ,se dijo, ha de ser asesinado por el enemigo, de sobredosis, de SIDA. Si he de vivir, se dijo, sera combatiendo, intoxicado, lujurioso. Como mis héroes.
En fin, asumió que cada acto acarrea su consecuencia.
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