Salgo de acá y me voy a cojer a un jodido marciano, y que Dios limpie el desastre. Iguál subsiste la pulcritud, una extraña pulcritud si me preguntas, en medio del desastre que Dios no limpiará porque no existe.

Doy vuelta la hoja y veo allí tu cara abollada sujeta a los renglones, y en cada renglón, tiritas plateadas que sobresalen de las arruguitas de ese bollo cefalópodo. "Filigrana", anoto en mi block borrador. Y es que tu sonrisa se movió de la foto y me dejó en las manos ese rastro lechoso que es iguál al margen de la luna cuando la miro con ojos llorosos. Y ese día tuve que emborracharme bien para no escuchar a mis manos contarme sobre tu piel.

Aquí dentro son todos agujeros amontonados y quiero irme antes de que me acorralen. En realidad son ojos, aunque todos los ojos, luego de contemplarlos demasiado tiempo, no son más que huecos, quemaduras en una madera. Dibujo ojos que enmascaro con trazos circunstanciales para luego tener un rostro con ojos que gritan. Pero ese grito... Tal vez no sea un grito sino algo congelado en una hoja de papel, algo sujeto a las filigranas de la hoja que yo arrugué y lancé al cesto de basura hace algunos minutos.

OK, no sé que está sucediendo aquí dentro, sólo sé que debo marcharme pronto, apagar las luces y dejarte sola nena, una vez más (yo fuí quien te abandoné cuando más me necesitabas, ¿lo recuerdas?).

El devaneo fantástico de tu fantasma queda como el reflejo de una mancha gris sobre el escritorio cuando se va la luz. Quizás mañana dé vuelta la hoja y ya no estés allí.