Cuando la fiesta se termina, quedás en medio de un gris silencio echo de vasos vacíos y ceniceros llenos. Nunca fué de otro modo. ¿Alguna vez estuviste allí conmigo?
La noche es una profundidad dentro de un espejo cóncavo y te ahogás en el fondo de un vaso hasta que llega el día. ¿Y cuántas veces te llevaste ese día a la cama para quemarte los ojos lentamente?
Siempre en las noches fuiste nena, un manojo de sombras desnudas que poblaron las paredes de los callejones fríos por donde yo deambulaba. Harto de oirte recitar lo que otros labios dicen, harto de verte atrapada entre jirones de sueños desabridos. Y mis manos sueñan el latido que tu cuerpo olvidó junto al mío, y te odian por eso, y quisieran abrazar ese latido hasta apagarlo.
NO, nunca fuiste todas ellas, pero fuiste las mismas. En las demás tus rostros eran tus máscaras, y todas huyeron sin mí, y todas me olvidaron. Justo a un paso de mi peor distancia estas parada en el borde echa de sal y con la mirada perdida en el horizonte de esta ciudad en llamas. Nunca fué de otro modo.
Contigo es a cruz o nada nena, contigo es doblar las esquinas para encontrar las formas inacabadas de mis deseos que van de tu mano hacia el abismo, una y otra vez; a veces tan irreal como un icosaedro de cristál en una telaraña, a veces tan cercana y palpable como el sol de una mañana atróz.
Como si fueran tus latidos los últimos compases de una melodía que acabó pero aún resuenan entre los despojos, vuelves a poblar esos espacios llenos de mí en donde nunca estuviste, vuelves en palabras sobre palabras, vuelves en goteos de tinta sobre hojas desnudas.