El estrés del trabajo, más la presión humillante del jefe, provocó las duras palabras de él, pues, su impotencia de no poder hacer nada y seguir siendo objeto de humillación, más la crítica situación económica en la que vivían él y ella y las preocupaciones por buscar el tan anhelado pan, que según él lo encontraría en esta selva de cemento plagada de bestias salvajes y promesas oníricas; era el sueño perdido, la realidad palpada, el crujir del estomago que incitaron la ira insaciable descargada en ella.
No importó el tema de discusión, ni quien tenía la razón, ni a qué hora pasó, como siempre Ella pedía lo justo, y Él no tenía para dar, insultos como:”hija de …, hijo de la recontra…, perra, poco hombre, si fueras como mi padre, desgraciada, etc., indujeron el predecible final: la mano pesada, venosa y varonil de Él cayó sobre la tersa, lagrimosa y frágil mejilla de Ella. Ofendida en el alma siguió gritando pestes que nunca salieron de su boca, Él ofendido por las duras palabras que salía de tan bella boca y que nunca saldría de la mente de Él, furioso fue y calló como pudo la voz de Ella y salió de la casa prometiendo nunca más volver…
Sin poder concebir lo que pasó, pues nunca había llegado a tal punto, ella se levantó del suelo, cogió un trapo húmedo y empezó a limpiar la sangre de su rostro, pensaba en su interior lo humillada y rendida que estaba, y el pavor y decepción que descubrió, Él, a quien juró lealtad, sería un monstruo como tantos otros que arruinarían la vida de infortunadas como Ella.
Él salió furioso, gritó a un par de niños, le temblaba las manos, buscó su primera salida, un trago que lo llamó, no quería saber de Ella, pues no entendía el fuerte esfuerzo que El hacía por ella, por darle lo mejor que podía, por ser la protección que ella necesitaba… entre bebidas y recuerdos se dio cuenta el gran daño que hizo, de la sangre que brotaba de la hermosa cara de Ella, El, con sus manos silenció y marco de por vida el rostro y alma de Ella.
Llegó a la casa mareado, pues no le alcanzo el dinero para anestesiarse completamente, entró a la casa, fue a la habitación, quiso entrar y hablar con ella, pues él quería pedir perdón, pero la puerta estaba cerrada y grito el nombre de sus esposa e intento tirar al piso la puerta de la habitación, pero no pudo, y entonces se disculpó por su agresividad y lloró (como todos los borrachos) y bajo a la sala a dormir. No pudo arreglar lo arruinado…
Ella escuchó la puerta de entrada, el corazón se volvió una bomba, sus manos temblaban, le había invadido el pavor; cerró la puerta de su habitación, nunca pensó sentir tanto miedo y odio a aquel hombre que alguna vez amó.
Se acurrucó en una esquina de la habitación esperando la inevitable caída de la puerta, era evidente que El estaña borracho y sería peor los golpes o quien sabe que más, pero no cayó la puerta , aun seguía latiendo intensamente su corazón, no escuchó las palabras desordenadas que salía de la boca de Él, y aun seguían temblando las manos de Ella, las lagrimas caían y caían, y no podía perdonar lo que ella siempre criticó de las mujeres que eran golpeadas, nunca pensó que ella sufriría esta desgracia, nunca imaginó que Él sería un monstruo como ellos.
Fue al baño y volvió a tener el encuentro con el espejo, miro su rostro entre rojos y morados y lloró y rabió y se lamentó por su debilidad y desgracia. Recordó a su hermana Alicia y los bien ocultados golpes y su sonrisa fría, apagada y sumisa; Ella no quería eso, ¡para nada! Ya no amaba al bastardo, ya no quería una vida con Él, cogió una maleta y empacó todas sus pertenencias maldiciendo los tres años de matrimonio y la mentira que El era; al coger su cepillo de dientes, volvió a encontrarse con el espejo, observó su rostro, lo miro fijamente y salió del cuarto rápido, con los ojos inyectados de furia, recordando los golpes y la impotencia de no poder detenerlos aferrándose a su esperanza de que muy pronto acabaría el martirio, pero no fue así…
Bajó sigilosamente las escaleras, vio que Él estaba dormido en el sofá, fue a la cocina, tomó el tubo de metal que había sobrado de cuando se arregló el lavaplatos y fue hacia El…
La furia inyectada en sus ojos cayó en Él, junto con el tubo en el rostro de su esposo.
No se pudo contar las veces que se golpeo con el tubo a Ricardo Martínez, esposo de Natalia Calo, pero sí se pudo contar el único perdón que salió de la boca de Ricardo. Natalia salió sin maletas, sin esposo sin pensamientos, solo con un shock en dirección hacia la policía…
El mesiaz |