I
-Buenas días Don Gerardo.
-Buenos días Leo ¿Cómo va la chamba?
-Muy bien, aunque cada vez mas difícil y rutinaria, los clientes han ido bajando, eso me hace tener un mal presentimiento, creo que pronto me tocará a mi.
-¿Tú Leo?, lo dudo mucho hijo, tú eres de los mejores del barrio.
-Gracias Don Gerardo pero matar en esta ciudad es cada vez más difícil, 8 de cada 10 son asesinos y muy buenos, además yo ya no soy el mismo de hace 10 años.
-Dímelo a mi hijo, dímelo ami.
Mi nombre es Leo, un asesino en serie como la mayoría en este barrio, irónicamente eso hace que esta sea la ciudad más tranquila de todo el mundo, nuestra gente camina segura y confiada por nuestras calles apedreadas y nuestros edificios barrocos, pasan por nuestros comercios sin necesidad de asaltar, somos amigables y de verdad muy trabajadores.
No es raro encontrarse dos o tres cadáveres tirados en la calle tan sólo en una vuelta a la manzana, “los doctores”, un grupo exclusivo que se dice son los únicos “no asesinos” de la ciudad son los encargados de limpiar las calles de esos desafortunados. Y es que en este pueblo si no matas te matan.
Y eso no le preocupa a nadie, si te toca, simplemente te toca. Nuestro gobierno es justo hasta donde se puede, no existen cárceles pues nuestra ciudad ya lo es, en cierto modo somos pacifistas.
Yo me dedico a esto desde los 9 años, mi padre me inició una tarde de mayo, 19 para ser exactos, fue con una calibre .357 magnum y con una persona que no era muy mayor que yo, arrodillada frente a mi con ojos lagrimosos viendo los míos implorando que no lo hiciera, sin embargo yo tenía muy firme la pesada arma apuntándole a la frente, “¡dispara!”, me gritó mi padre, no faltó una segunda orden para que le volara los sesos al joven de 12 años.
La sangre con su cerebro batido en esas viejas paredes de madera de aquella choza fueron la señal de mi nueva vida. |