A Cecilia se la comierón las palabras, la agonia le creó huecos en su corazón, sus labios estan vestidos de grietas, ya nada será lo mismo, y ella, lo sabe. Desde el techo pende una lámpara de fotografías, el cristal de la ventana dibuja vahos de frío. Los pies descalzos, caminando hacia donde está el adorno que más le dolerá tocar en toda la noche. A Cecilia la abrazan los recuerdos, y esos sueños que espera con la lámpara encendida entran por su boca, para acabar entre los párpados. Las sábanas desnudas, donde el tiempo parece dormir envuelto en seda, cuerpos que dejarón de ser abrazados hace ya mucho tiempo. El papel de regalo arrugado en la mesa, y Cecilia parece desvanecerse cuando no tiene más remedio que infundir sus temores. Aplasta el viejo oso de peluche que habia sido amado entre sus brazos en la época de la inocencia, ahora perdida. El último marco del rostro que la habia abandonado, sigue allí, vigilando sus lágrimas, las horas que quedan y se van. Ya no solo es la ausencia, es la costumbre lo que la hace pegarse como celo, es la sensación de que algo va mal, de que el último suspiro brotará de sus labios pronto, cuando la noche esté pintada de laberintos. Los ojos de Cecilia ya no son marrones, están pintados de soledad, ahora mientras tanto, dirige una última mirada a aquel tronco torcido cuyas ramas verdes parecen rasgar el cristal, allí, donde la esencia se perdió entre villancicos y adornos. El árbol de navidad se burla de su presencia. |