Se movía sin cesar por la sala. Caminaba de un lado a otro y no podía controlar la ansiedad. “Ya llegará, ya llegará” se decía para tratar de tranquilizarse. Se mentía.
Su hijo había salido hace cinco horas y no daba ningún signo de vida. Eran las dos de la mañana y parecía que habían pasado más de cinco días sin que no viera a su hijo. “Ya llegaré, ya llegará” seguía diciéndose mientras prendía un cigarrillo para calmar sus miedos. No pasaba nada.
El teléfono sonó y, con mucha rapidez, lo levantó pero no escuchaba nada, sólo el aliento de la otra persona que estaba al otro lado del auricular. “¿Aló? ¿Aló? ¿Quién es?” preguntaba, sin tratar de desesperarse más. “¿Camilo? ¿Eres tú?” terminó preguntando. Colgaron.
Seguí sin aparecer, sin dar señales de vida. La desesperanza tenía un escenario perfecto para aparecer pero la mujer aún no estaba dispuesta a perder la esperanza, perdería todo como la tranquilidad, la fortaleza pero nunca la esperanza. Su hijo aparecería.
AL cabo de un par de horas, unos cuantos vasos de vino y dos cajetillas de cigarrillos consumidos, sonó la cerradura de la puerta principal. “¿Mamá?” le dijo su hijo mayor. “¿Qué haces despierta? No esperaba una recibimiento así” le dijo su hijo mayor mientras cerraba la puerta con pestillo.
“No cierres la puerta, tu hermano no llega…” le dijo mientras volvía hacia la mesa para abrir otra cajetilla de cigarrillos. “Mamá, él debe estar bien… ya le dijiste que si no viene a dormir que se quede donde un amigo y nunca llega más allá de las dos, y ya son las cuatro de la mañana” le dijo su hermano, haciéndole pensar a su madre.
“Pero tiene que avisar, siempre le he dicho eso” insistió su madre con el cigarrillo prendido entre los dedos.
Llegaron las seis de la mañana. Su hijo menor no llegaba. Sonó la puerta. Su hijo mayor bajó sin decir nada y dirigiéndose directo a abrir la puerta, su madre lo siguió con su enésimo cigarrillo. Abrieron la puerta y vieron una rosa negra en la parte inferior de la puerta, nadie estaba cerca.
Esta rosa negra tenía un pequeño letrero: “Llegué a donde quería llegar”
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