A Valeria
De pronto me cae sobre la existencia todo el peso de la muerte,
De esa muerte en la que no se muere, y sin embargo, no se vive,
Muerte que llega rápido y transcurre lenta, muerte agonizante,
Esa muerte que va carcomiendo toda sustancia vital hasta su última huella,
A cuestas llevo la muerte que se sufre, la muerte que se siente entre carnes,
Arrastrando llevo la muerte como una capa larga de lúgubre terciopelo,
Muerte que lo jode a uno como si lo violara perversamente.
Se me ha clavado la muerte al alma como el Mesías a la cruz,
Pero sin promesa de resurrección ni de gloria eterna,
Se me ha clavado tan solo con el dolor de las manos perforadas,
Con el dolor de las espinas en la frente y la herida en la costilla,
Clavada la muerte en el alma sin virgen alguna que me llore
Ni apóstoles que lleven la nada que tengo por enseñar y esparcir.
Siento el sufrir de la muerte como Aquiles abrazando el cadáver de Patroclo,
Esa muerte que se lleva de vuelta el amor de Orfeo,
Esa muerte sin gloria Helénica, esa fatua, superflua, podrida.
Se me viene encima la muerte sin aviso, sin notificación previa,
Presentándose con la orden de desalojo inmediato del gozo de vivir,
Dictándome que deje mi cuerpo y espíritu en sus manos
Y que siga viviendo en ellos como en un cuerpo y espíritu prestados,
Y que viva sin vivir, y que muera sin morir, o lo que es lo mismo:
Sin ti.
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