ya estoy por cumplir los sesenta años y siento que lo he dado casi todo menos esta vida, este aliento que aún fluye como la sangre entre mis venas... no sé por qué pienso en la muerte y derivados... veo los rostros amigos y los veo tan agotados, como rogando el descanso final, aquel cuarto en donde sólo suena el silencio... uno mira este mundo en donde la juventud se hace más liberal y personal, y siente que no pertenezco al tiempo... me gustaría tanto ser joven como antes, pero no puedo... me gustaría volver a vivir en un cuerpo fuerte y sano, pero, pareciera que uno aprecia todo lo que ha perdido, mirándolo con nostalgia y tristeza, así como al atardecer de un verano... no es que quiera dar pena, no, nada más absurdo, tan solo deseo hablar con alguien, dar mi frente y llorar en su pecho, porque así es mi vida, un constante error tras error, y uno necesita tanto perdonarse siempre que pueda encontrarse con la absurda humildad... ya son más de las seis de la tarde, la gente joven se ha ido a sus casas, mientras yo me quedo en esta mesa, sentado, mirando a la nada, cara a cara, recordando tantas cosas, como el momento en que grité mi mayor alegría (y sonrío), aquella en que vi los ojos mas amados y supe que empezaba a amar, a vivir la dicha del momento sin tiempo... les dejo en este tiempo tan difícil, duro, donde la belleza se ha vestido de carne y formatos elásticos, de sexo virtuoso, de palabras llenas de risa y brutalidad... pero, les recuerdo y me recuerdo que todo se paga en esta vida… yo estoy pagando cada uno de mis errores... es verdad cuando dicen que Dios está en todas partes, pues le veo en cada punto de esta existencia, latiendo así como mi sangre entre mis venas, como el sonido del un abismo, esperándome...
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