LEYENDO LA PRENSA.
Un flaco mensajero mal encarado, luciendo una camisa de cuadros azules y grises ya borrosos, muy corta y percudida, semiabierta en la parte superior para mostrar un triángulo rojizo de piel bajo la nuez pronunciada, y quien no era más que un miembro fisgón del Comité de Defensa de la Revolución que funcionaba a dos casas del edificio en que ella vivía, le entregó en la puerta el periódico Granma que jamás faltaba hacia el final de la mañana. Cuando se lo dio, sin mirarla, escudriñó la sala de un sólo vistazo que penetró el espacio sin perder detalle. Era una mirada de pájaro acucioso que podía monitorear todo un ambiente en dos o tres segundos. Se sentía la comunión de aquel mirar con el rango de su oído alerta rastreando en todas direcciones. No perdía detalle. Pero ya ella estaba acostumbrada a ese procedimiento de vigilancia y escrutinio y no le concedió ninguna importancia. Después de agradecer la entrega y de cerrar la puerta, despidiéndose con una leve sonrisa indiferente de este personaje, se fue hasta el balcón y se sentó en su mecedora, dispuesta por costumbre y por aburrimiento a leer lo mismo de todos los días.
El periódico era muy pequeño y venía enrollado y sujeto por una fina cintilla de plástico. Constaba de ocho páginas, de las cuales siete sólo hablaban de las últimas declaraciones de El Comandante en Jefe, de los asuntos más desagradables del Mundo y de los supuestos logros alcanzados por la producción en las industrias y el campo. Siempre lo mismo. Leyó los encabezamientos: “La cosecha de papas alcanzará más del máximo esperado; la zafra será la mejor de los últimos veinte años; habrá naranjas para todos; El Comandante en Jefe le contestó con duras palabras a los esbirros del Capitalismo; en Angola claman por el regreso de los cubanos; nos visita una importantísima delegación del Partido Comunista de Namibia; pronto terminará el período especial; las calles de América Latina se manchan de sangre con las manifestaciones populares que apoyan la política de Cuba; el Partido establecerá las nuevas normas a seguir; Cuba se mantiene a la vanguardia del Mundo en Medicina y muchos otros renglones”. Y así, todo. Se dijo a sí misma que sobraban los comentarios. Puras estupideces de adoctrinamientos hasta el cansancio. La octava página era de deportes.
Miró hacia la calle que corría bajo su balcón. El escuálido transporte de carros tirados por caballos, con asientos de tablones y techos de lona, resonaban sus motores de herraduras sobre el pavimento bajo el látigo cruel de los conductores. Los taxis-bicicleta destruían las espaldas y las cinturas de sus operadores al transportar a puro pedal hasta tres pasajeros por las subidas y bajadas de las calles de la ciudad. Parecía un esfuerzo sobrehumano. Leyó de nuevo. Se sonrió al revisar las noticias y poner más atención en el principal titular de la primera página: “Habrá mucha comida y los servicios médicos contarán con todo lo necesario y sobrarán las Medicinas”. Siempre se reía de igual manera y ya no se molestaba ante tanta mentira. Total, ese día, como de costumbre, no tuvo nada para desayunar y los medicamentos que le enviaban del extranjero no le habían llegado. Los que recibía del Departamento de Salud Nacional se los habían prometido hacía más de dos semanas. Tampoco llegaban. Estaba atrasada de todo. Hasta el azúcar seguía racionada.
Entró a la sala y se sentó en una butaca. Sobre una pequeña mesa, apartando varios adornos para hacer espacio, deshizo el periódico cortando los pliegos con una tijera por la mitad. Después, los fue estrujando hasta quitarles lo poco de liso que tenían. La tinta aún le manchaba los dedos y las palmas de las manos. Lo hizo lentamente, con pequeños destellos de impotencia, pero guiada por la costumbre, sin dejar al mismo tiempo de manifestar su tristeza y aceptación. En cierta forma le agradaba la simple furia de estrujar y deshacer las noticias. Le provocaba romperlas una a una en trocitos aún más pequeños, desaparecerlas, como una loca venganza, pero no podía, necesitaba el papel.
Enderezó los pedazos para después ordenarlos y amontonarlos con sus reseñas arrugadas unos sobre otros. Se dirigió al baño que estaba en el pasillo que daba a la cocina y los colocó sobre la tapa del inodoro. Como el papel sanitario escaseaba y el de regular calidad sólo se conseguía con dólares, de algo siempre serviría el maldito periódico. No había como escapar de lo usual. Pisó los papeles con un adorno de cristal grueso sobre la tapa del inodoro y de nuevo fue al balcón y se sentó a perder el tiempo. Abajo, continuaban los ruidos cotidianos, los pobres caballos halando los carretones, las bicicletas, los gritos de la gente y los tubos de escape de los camiones petroleros que constituían la monotonía y el movimiento callejero del vivir diario. Se abanicó. Y se echó fresco en el pecho y el cuello alzando la cabeza y levantándose el pelo de la nuca. Y se olvidó de todas las noticias. Y se siguió meciendo. Pensó que en cuanto llegase el agua se bañaría. Hacía muchísimo calor.
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