Maira y Molina protagonizaran una singular historia. Ella como mestiza Ticuna y él como avezado expedicionario. Se empiezan a unir sus mundos, lentamente...
A Molina nunca...Se le veía venir...O al menos eso pensó el señor de Escalante y Gutierrez, S.A., cuando bajó del aeroplano que le había transportado y se encontró cara a cara con los azulados ojos del intrépido personaje...
El alto ejecutivo de Escalante y Gutiérrez S.A. era un ambicioso y codicioso, un hombre que había llegado donde estaba gracias al uso del soborno y a su agudeza mental que le permitía actuar con rapidez ante las oportunidades de la vida. Era el hombre de confianza del viejo Escalante, un empresario de carrera, inquieto y busquilla, al que le gustaban los negocios sucios. Aunque lo negaba, estaba implicado en tráfico de cocaína, trata de blancas y últimamente en el saqueo y tráfico de antigüedades.
Al viejo le llegó el rumor de cierto tesoro oculto en la Amazonía, específicamente cerca de Iquitos. Se decía que era una leyenda, pero bien valía la pena echar un vistazo, se hablaba de un “pueblo que temió al Sol” después de una larga sequía, por lo que todos aquellos objetos de gran brillo fueron escondidos en un templo a modo de humilde ofrenda. Se hablaba de gemas y miles de enseres, abalorios, objetos ceremoniales fabricados con oro macizo...
Molina escrutaba a Thomas Lee, codirector ejecutivo de Escalante y Gutiérrez S.A., mientras éste le tendía una mano sudada y blanda...el apretón fue tan sólo de nombre, y a Molina aquel hombre le resultó repulsivo de inmediato. Lo llevó al hostal “Pebas”-el único que había- y allí lo dejó para que se “adecentara”, aunque la verdad es que el explorador y aventurero de cabello negro deseaba respirar aire puro sin “presencias contaminantes”...Habían quedado juntarse dentro de un par de horas...por lo que Molina aún tenía tiempo de coger su botella de “Walkers Deluxe Bourbon” y dirigirse hacia la vegetación, hacia ese lugar rodeado de ceibas, fabáceas y lianas enormes, gigantescas...Allí, en una piedra plana que tantas veces había usado de improvisada cama, se acomodó y abrió su botella...dio un sediento trago y descansó mientras rayitos de luz esquivaban troncos, ramas y hojas para llegar a sus ojos...”aquello era tan hermoso”, pensaba...
En esos descansos que se permitía, que eran bien escasos, disfrutaba recorriendo cada una de las imágenes que le prodigaba la naturaleza...picaflores, árboles que creciendo con capricho, mariposas multicolores. De pronto su contemplación fue interrumpida por un estruendo que le pareció un balazo, se incorporó con prisa, guardó la botella y se dirigió hacia el hostal, seguro de que de allí provino el sonido. En el pasillo del Hostal estaba Thomas Lee empuñando un arma, un revolver calibre 38 y a sus pies un pequeño mono araña yacía en medio de un charco de sangre con la cabeza destrozada.
El hombre, desencajado, le explicó que el bicharraco se le había echado encima y el solo reaccionó ante el peligro. Molina meneó la cabeza, mirándolo con desdén recogió al pobre simio por la cola y dejando un reguero de sangre lo llevó hacia el depósito de basura, mientras lo hacía no dejaba de pensar que el gringo sería un gran estorbo en medio de esta flora y fauna que aún no temía al hombre y que solo actuaban por curiosidad. Lee no era un hombre bueno se advertía. No debía confiar en él y el episodio del mono lo tomó como un mal presagio, definitivamente era un muy mal presagio.
Por la noche cenaron juntos, la idea era conocer las intenciones del individuo para así armar una travesía interesante y provechosa. Lee, le mencionó su interés por los aborígenes casi extintos que duramente sobrevivía en la selva, los Ticuna, algo así como un interés netamente antropológico. A Molina le causó mucha gracia, advertía que Lee era un gran ignorante, pero no podía advertir la verdadera razón de su viaje. Entre copa y copa, lo miraba tratando de adivinar sus intenciones, cosa que a Lee lo incomodaba de sobremanera.
Después de cenar, salieron a la terraza a tomar un Whisky y a degustar unos fuertes cigarros puros ambos proporcionados por Lee. A Molina se le perdía la vista en el gran manto de estrellas y a Lee se le perdía la vista en el brillo del grueso medallón que llevaba Molina colgado al cuello. Era un Sol, un hermoso Sol, finamente elaborado, en el centro había algo así como unas líneas cruzadas que a él se le antojo que bien podía ser una svástica, como las del tercer Reich...Molina advirtió la mirada de Lee y no disimulando su molestia lo guardó, diciéndole, someramente, que era un recuerdo de un “curaca” o jefe máximo da la comunidad indígena.
Maira soñaba...con voces profundas que trasladaban ecos en la selva, con gritos terribles y metahumanos...soñaba. Siempre las mismas imágenes, un grupo de viejos desdentados, una mujer morena de ojos tristes y un abalorio, que podía ser un medallón, que brillaba como un sol y recordaba una dulce melodía, una canción en que se repetía la palabra “Paranatinga”...
Por fin llegó el día en que, después de doctorarse, volvería a la tierra que le vio nacer...iría sola, pues Don Jacinto quedaba atrás resolviendo cuestiones de última hora. Estaba nerviosa e impaciente por llegar. La universidad de Oxford le enviaba con la colaboración del Doctor James Stuard a investigar ciertos restos localizados cerca de la Amazonia Peruana, de hecho, muy cerca de Iquitos, unos cincuenta o setenta kilómetros al oeste, en pleno río amazonas...Esa misma noche, la pelirroja e inteligente mujer había soñado que un mensajero, como los “chasquis” de la cultura Inca quién portaba un pergamino en donde se podía ver una gran serpiente de plata, rendida a los pies de un gran felino y un semidios dorado que llevaba en el cuello un medallón.
¿Un templo inca, una ciudad...? ¿Restos de la cultura Chavín o Moche? Eran tantas la posibilidades. Le abrumaba lo que pudiera encontrar...”Que Wiiracocha, EL DIOS, GRAN HACEDOR Y ORDENADOR DEL MUNDO ANDINO, le ayudara...”pensaba y soñaba en más de una ocasión que ella tenía origen noble, que podía ser hija de un semidios, que su vida tendría un gran vuelco y que todos sus sueños no eran otra cosa que premoniciones.
Cuando llegó después de un viaje arduo y difícil a Iquitos, se encontró con una ciudad rebosante de actividad. Allí convivían dos mundos, el del turismo y la modernidad, con todos sus lujos y calles llenas de comercio y animación; y el de la jungla, con su exotismo y misterio...Pidió un monotaxi y partió hacia el hotel más próximo, no sin antes deleitarse en la Plaza de Armas, una hermosa plaza con varios edificios con las fachadas recubiertas de azulejos coloniales....Maira estaba disfrutando realmente del viaje, aunque estaba cansada y necesitaba un baño...Allí en el hotel, dentro de unas horas, había quedado citada con el doctor Stuard, que llevaba un par de días organizando la expedición, así que no podía retrasarse. En otra ocasión regresaría, se decía, para disfrutar con estas maravillas humanas...
Stuard, era un hombre simpático usaba un gracioso bigote al estilo de los años veinte, se declaraba enamorado de la cultura precolombina y maldecía a todas las misiones jesuitas porque consideraba que violentaron la libertad y la decencia de los hombres más puros sobre la tierra.
El doctor esperaba a Maira con ansiedad, había oido hablar de ella y tenía muy buenas referencias de la capacidad intelectual de la muchacha.
Maira llegó puntual, vestida con short, polera y zapatillas, su roja cabellera cogida en un simple moño y con una sonrisa que alborotaba hasta a los mosquitos.
Stuard la saludo con gran afecto, intercambiaron los halagos de rigor y comenzaron a estudiar el recorrido que harían en un antiguo mapa que databa de la época de los jesuitas. Maira pudo advertir que en el mapa figuraba una serpiente de plata rendida ante un gran felino. Se sobresaltó, recordó su premonición, algo faltaba...el semidios y el medallón.
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