Don Julián sostenía un cigarrillo entre los dedos mientras una bocanada de humo recorría el húmedo y oscuro cuarto en el segundo patio de la vecindad en la calle del sagrario de las Capuchinas.
Todas las mañanas iba a la iglesia que tantas veces a recorrido buscando respuesta a sus problemas y los de su familia, su pesaroso andar hacía arrastrar los gastados zapatos por el mármol de la iglesia…
El las tardes salía con los boletos de lotería a tratar de venderlos. Las calles muertas de necesidad, le marcaban el recorrido rutinario a la descuidada casona, que según cuentan fue convento, y después sólo una vecindad. La atmósfera en que la nostalgia se mezcla con el olor a pobreza, lo hace recordar a su esposa, doña Toñita, que seis meses tenia de haber fallecido por una enfermedad desconocida, siquiera para él. Su único hijo también murió, este a los cinco años de edad, hace ya cinco décadas que esto ocurrió.
Abre la puerta, apolillada y gruñona, prende la vela, el cabo de vela, que hace bailar a incontables sombras con las manchas de la humedad, es una danza macabra entre las fumaradas. Se recuesta en su catre y se pone a pensar en la gente que no lo recuerda, en los oídos que no lo escuchan, se lamenta haber muerto sin encontrarle sentido a la vida.
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