Espío por el cerrojo que simula el encierro.
Lo se muy bien,
nada guarda este silencio.
Pero estas manos vacías son mías.
Todo mi cuerpo es táctil,
vehemente, abierto.
Vibra el ángel que me habita,
sus alas se vuelven demonios
que aletean en mi sueño.
Conviven las ganas de irme
y el temor al destierro.
Estoy hecha de pedazos
míos, de otros.
El suelo se define en mis pies.
Mi dulce reino se deleita a la hora de las sombras
de los atardeceres,
justo allí se abren noches
que no caben en el tiempo.
Texto agregado el 05-01-2011, y leído por 323
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Lectores Opinan
15-01-2013
Al leerte me asomo encima de un muro inmenso como esa noche donde no caben esos tiempos. Delirium