¡Allá va, feliz y cándida Lucrecia,
a su boda, con auténtica alegría!;
¡sin saber que le depara una agonía
que está a punto de sellar en una iglesia!.
Pronto habrá de despertar del dulce sueño,
en el cual ha puesto toda el alma entera,
¡no imagina el cruel martirio que le espera
con el hombre que ha pedido para dueño!
¡Que le importa no tener un patrimonio!,
¡que del novio se oigan malos testimonios!.
¡Ella va, feliz y alegre, pregonando
su optimismo desbordante por las calles!,
sin pensar que en poco tiempo irá llorando;
“PORQUE ES LEY, QUE CONSUMADO EL MATRIMONIO,
SE SEPULTEN, PARA SIEMPRE, LOS DETALLES”.
¡Mas no quiero ser un cínico aguafiestas!,
que sea el tiempo, quien le enseñe, con los años,
que una esposa lava ropa, limpia baños,
¡pero nunca ha de asistir a alguna fiesta,
donde alegre se festeje un cumpleaños!.
¡Pero miren que sonriente va Lucrecia!,
¡si parece que al dolor audaz desprecia!,
¡que le importa la desdicha en el futuro
y el pensar en un mañana tan oscuro!.
Su mamá, desde hace tiempo, le ha advertido
que el fulano es mujeriego, y también pobre,
que cuando éste se convierta en su marido,
¡sólo golpes será el sueldo que ella cobre!
¡Pero miren que sonriente va Lucrecia
a casarse con su amado en una iglesia!.
¡que le importa la desdicha en el futuro
y el pensar en un mañana tan oscuro!.
Cuando pasen, tal vez ocho o nueve meses-,
ya sabrá que el matrimonio da reveses.
Cuando él venga del trabajo, ¡fastidiado!,
pedirá que la merienda esté ya puesta,
que al placer matrimonial este dispuesta,
¡si no quiere verlo serio y disgustado!
¡Qué decir de los asuntos en su hogar!,
¡los problemas que vendrán a cada paso!,
¡qué terribles han de ser sus embarazos!,
¡a qué precio su capricho ha de pagar!
¡Pero qué feliz se mira así Lucrecia,
en su rostro una sonrisa se le aprecia!.
Ella pronto ha de saber qué es el engaño,
¡Lo más duro ha de venir después de un año!.
Mas, ¡qué importa aquel adverso porvenir!.
Los anillos, están listos para usarse
¡y los novios, desesperan por casarse!.
Pronto habrá de despertar del dulce sueño
detestando a quien hoy quiere con empeño.
¡Pobrecita !, ¡cuánto mal ha de sufrir!.
AUTOR: ALBERTO ANGEL PEDRO.
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