Feliciano había sido un hombre trabajador, estudioso, casero, humilde, dignamente era de los seres que se destacaban por sus altos niveles de actividad. Nunca supo en su pueblo donde vendían las mermeladas, el cazabe y los dulces de lechoza lo que era una cita conyugal con un profesional de la mente, como llamaba Feliciano a la muchacha de la sonrisa encrispada: la Dra. Vicenta Concepción, la muchachita que se fue a Caracas hacía 8 años a sacar un título de Licenciada en Psicología y había vuelto al pueblito de las ventas de dulces, a trabajar en su profesión: ella instaló detrás de su casa un consultorio cómodo, 20 x 20 mts., allí tenía en el centro de la pared su título universitario colgado con una foto suya con toga y birrete, un suave diván en forma de hamaca de cuero de venado, la sonrisa encrispada atrapa pacientes y el futuro seguro como lo llamaba la Abuela Claudia…… “ mijita vente pal pueblo, aquí ganarás toda la platica del mundo ayudando a todos los vecinos en sus problemas pelsonales”… esta expresión se le había quedado grabada a Vicenta, escuchado de parte de su Nana era un serio compromiso generacional. Y ella como hija de su Padre, Vicente Padrón, no podía fallar.

El consultorio tenía un llamativo Cartel Publicitario que decía … Si te quieres comer una empanada de cazón y tomarte una taza de maíz cariaco, Vicenta Concepción por 50 Bs. te da la solución…. Esta idea tan sencilla, simple y muy superior a las clases de marketing de cualquier universidad garantizaba a la Dra. de la mueca torcida al menos 25 pacientes diarios de Lunes a Lunes. Esto le daba a la doctorcita 35 palos mensuales como medida pequeña, y viéndolo así era una acaudalada en el pueblo de los techos de anime, como llamaban jocosamente a esta parte del estado. Ganaba buen dinero, por encima de los chinos, árabes y portugueses, los turistas que pasaban por el lugar compraban vírgenes, sombreros, muñecas negras, chinchorros, esteras y alpargatas, además de toda la culinaria del lugar: empanadas, arepas peladas, chicharrón, mondongo, pollo en brasas, carne en vara, rompe colchón, mejor que viagra y duerme apretao. Todas estas delicias le daban popularidad al pueblo que siempre estaba en constante ebullición.

Volviendo a Feliciano, nunca fue un paciente fácil, su esposa Ramona Matilde, mejor conocida como la Atrapa Bolas, y no por ser una buena ni destacada jugadora de pelotas era considerada una mujer muy astuta, era la campeona del juego de Truco y había pelado hasta a los más temibles jugadores de Carúpano y Cumaná. En una oportunidad le quitó 80 vacas y 5 chivos becerros a un conocido jugador de Caripito, el atolondrado perdió hasta la manera de caminar después de esa paliza. Ramona, quién por el clima del lugar ya había tenido 7 carajitos con Feliciano en 5 años, estaba más que cansada y obstinada del más extravagante paciente de la Dra. Vicenta Concepción.

Ella escuchaba a Feliciano todos las semanas durante 7 meses contar su problema con las medias personales; resulta que Ramona Matilde para separarse del esposo concibió el vergatario plan de esconderle o botarle siempre una de las medias al marido, de manera tal que no importando las medias que tuviese siempre éstas eran incompletas, el pobre como un desesperado a veces compraba una docena del mismo color y la susodicha se las quemaba o las cortaba a escondidas, con la excusa que había en el establo un zorro gallinero, un peliqure, sabandija o rabipelado que se comían y destrozaban los nylon que siempre eran puestos a secar en los alambres del saguán.

En una oportunidad del desespero Feliciano contrató un vigilante privado pa’que moskeara el lugar. Esa noche Ramona le dio poncigué y el tipo ni se enteró de las 15 medias destrozadas del lugar. El atribulado lo que hacía era comprar medias y más medias. No se podía poner botas ya que sufría de alergias muy severas y andar desmediado con zapatos o descalzo siempre lo acomplejaba porque sufría de carare y los pies se veían como de cebra enjabonada.

Como Feliciano siempre usaba los pantalones algo cortos se veía como un rolo e’loko cada vez que iba a trabajar, la gente lo observaba como el propio desquiciado y desadaptado, usando una media azul y otra verde, una anaranjada y otra marrón, una negra y la otra crema; era una posición delirante ya que al cruzar las piernas en una reunión importante la gente se daba cuenta de tan pervertida afición. En una oportunidad la doctora le mandó a ponerse unas pantys especiales, Feliciano se negó alegando que no era marikón. La mejor solución era a veces no quitarse las medias durante dos ó tres semanas; ni Feliciano aguantaba ese olor, la cosa se complicó cuando una comadre de Ramona comentó que el esposo lo que tenía era tremendo sabañón que olía a requesón.


Los lugareños murmuraban a escondidas, risas y lágrimas con risas explotaban en cualquier sarao del pueblito de los techos de anime. Al octavo mes Vicenta Concepción descubrió el ardid y le recomendó al paciente una sana y necesaria separación, el Divorcio; luego de pensarlo Feliciano con los ojos desorbitados asintió con muchas dificultades. Se fue finalmente del pueblo, huyó despavorido hacia el oriente, hacia donde el sol se oculta, se fue a vivir a un sitio donde nunca perdiera sus medias, cada dos quincenas llegaba dinero a la casa de Ramona, era para el sustento de la familia y los siete hijos, además venía otra cría en camino, ya la mujer estaba de nuevo embarazada, muchos decían en las esquinas y calles que había salido preñada del viento.

Luego al poco tiempo se corrió la voz por las veredas y las casitas de adobe. Vicenta Concepción seguía atendiendo a pacientes extraños: ahora era el coge frutas, el roba chivos, el muerde nalgas, el amansa botellas de ron, la cachapera, cheko cheko, la chupa cabra bolivariana, maría la platanera, todos esos personajes flotaban como espectros por el atardecer en el consultorio de la doctora. Después no pasarían 15 días cuando todos los hombres del pueblo usaban como por moda, dos medias de distinto color.