El cerebro exige una constante expansión. Explora territorios desconocidos, como vos, que viajás a tu pueblo vecino en el ómnibus y al bajarte, a un minuto de encontrarte con el motivo de haberte movido del sillón, estás con las antenas despiertas, una vez en el día.
En este texto no pretendo contar una historia; sino dos sin aparente conexión, como en las películas que le recomendás a tus amigos.
Una habla sobre la llegada de los visitantes del espacio sideral al restorán de la esquina. la otra, sobre el recientemente despedido planchero de un carrito ubicado a más de cien kilómetros de aquí.
Éste, estaba caminando incapaz de desprenderse de sus malos sentimientos. Puteaba que no podía más. Tenía algún mango, en ese sentido, no había drama. Pero el motivo de su despido era obviamente molesto. La noche anterior, la embajadora de Yugoslavia había decidido, después de 40 años de trabajo bilingue completamente teórico y sedentario, salir a conocer de a pie el país en el que trabajaba. Allí contrató los servicios de un chiquilín que pedía monedas en la calle, intentando llegar a la verdad más tangible de la calle de la ciudad, intentando huir de las propuestas aparatosas de los restoranes, teatros y reuniones de sociedad.
En algún momento, ella preguntó por la alimentación de la gente. El chiquilín le dijo que le encantaba comer en los carritos. Lo que pasó después, es totalmente ideable por tu imaginación.
Ahora pasemos a la siguiente historia.
La delegación extraterrestre se paró frente a la puerta del restorán y el que iba adelante se la comió, todos rieron, él eructó.
El mozo fue hasta la mesa donde se sentaron. Les preguntó si estaba loco con delicadas y tenues palabras.
Ellos pidieron choripanes.
El encargado fue un poco escéptico, y ordenó al mozo que averiguara qué moneda manejaban los llamativos comensales.
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