Por supuesto que es absolutamente imposible que alguien entre a una tienda de papeles murales y saque de su cartera un esqueleto cuidadosamente plegado. Por supuesto que es imposible que luego le atornille la calavera y al influjo de una oración, este esqueleto cobre vida y comience a dialogar con la mujer. Ella finge que le ignora, guarda su cartera y hojea vistosos catálogos mientras el esqueleto se cruza de piernas y la contempla a través de los oscuros orificios en donde alguna vez hubo ojos. El atado de huesos vomita palabras horribles aunque en todo ello se presiente una mascarada porque sucede que ninguna calavera puede tocar sucesos luctuosos si en su ósea y sepulcral faz se dibuja una amplia sonrisa que lo desdice todo. Nadie puede creerle a este actor de ultratumba. La señora abre su cartera, extrae de ella un vaporoso pañuelito de seda y se enjuga unas lágrimas que misteriosamente aparecieron en sus ojos verdes. El esqueleto le extiende sus brazos –sarmentosas extremidades- pero la dama se levanta y deja a su compañero en ridícula posición implorante. La calavera abre sus mandíbulas y musita una canción. Su voz emerge suave y lejana, cual si fuese una plegaria de eremita:
“Mujer que todo fuiste en mi vida
hoy me rehuyes sin miradas ni palabras
un triste compás de bandoneón sella el momento
en que la puerta se cierra sin respuesta.”
La mujer solloza desconsoladamente, acuden los vendedores, el público se arremolina, ante esto, el esqueleto se encoge y sólo es un montón de huesos que semejan escombros o más bien el triste testimonio de un campo de concentración. Un vendedor que parece ser el jefe, ordena con voz autoritaria:
-¡Que nadie se mueva!- y el público, como hipnotizado por aquella imperativa orden, se queda extático mirando la escena.
-¡Aquí ha ocurrido algo muy grave y si no me equivoco, estoy seguro que hay un asesino entre nosotros. La multitud se retaca y el esqueleto en un extremo yace inmóvil y despaturrado. la dama saca una llave de su cartera que pareciera tener espacio para todo y la arroja con violencia.
-¡Tú! ¡Tú eres el culpable y ahora simulas ser la víctima! ¡Quiera Dios que más pronto que tarde reconozcas tu responsabilidad en todo esto! La infidelidad no es un delito grave, incluso es comprensible –gritaba la mujer, al borde de la desesperación. –Pero la excesiva fidelidad –prosiguió luego de una corta pausa- ¡es un horroroso y repugnante crimen! Y dime ¿Qué culpa tengo yo? ¿Qué culpa tengo para que se me castigue con la desdicha de cargarte de por vida y aún –si lo pienso bien- de por muerte?
El esqueleto continuó inmóvil y destartalado en su rincón y parecía burlarse de la mujer al lucir su amplia sonrisa cadavérica. la mujer, furibunda, golpeó con sus nudillos la pared, desconcertando a la gran cantidad de curiosos que se arremolinaban delante de la extraña escena. El vendedor, ducho en dominar situaciones difíciles, tomó al esqueleto de los hombros y lo puso de pié afirmándolo en el muro que lucía un hermoso papel vinílico. Luego le ofreció un vaso con agua a la dama y tratando de reconciliar a la inusual pareja, comenzó a tararear con su voz de barítono el vals de los novios.
Como si la música hubiese puesto en acción un oculto mecanismo, el esqueleto comenzó a moverse con dones de melómano, enlazó a la mujer de la cintura y con suaves pasos, ambos danzaron y giraron como si estuviesen celebrando su boda. El público, entusiasmado por la energía desplegada en ese reducido espacio, comenzó a corear el tema y el vendedor apareció con una botella de champagne -que con muy buen ojo había mandado a comprar- y la descorchó en un santiamén, vaciando el dorado líquido en vasos de plásticos conseguidos de urgencia.
La calavera abrió aún más sus mandíbulas para cantar:
“Mujer que todo fuiste en mi vida…” Y ambos, esqueleto y mujer, salieron de la tienda muy abrazados, jurándose amor eterno. El vendedor, acalorado, se desabotonó su chaqueta y haciendo un entusiasta brindis, exclamó: ¡Oh, c´est l ámour… Y el público, que participaba entusiastamente de esta improvisada celebración, levantando sus vasos al viento, repitió en una amalgama de voces: C´est l´amour…
|