Me fue infiel. Lo vi por casualidad, estaba con esa mujer, que no era bonita, por lo menos no más que yo, ni siquiera era joven. La estaba besando en aquel restaurante donde me llevaba cuando éramos novios ¡Maldito bastardo! Lo detesto, no sé cómo me pude aguantar, quería ir corriendo hacia él y estrangularlo, matarla también a ella por puta, por meterse con un hombre casado ¡Maldita desgraciada! Y, luego, cuando lo tuve frente a mí en la casa, lo que deseaba era arañarlo, sacarle los ojos, pero me contuve, no le dije nada, tenía que buscar una mejor ocasión y posición para enfrentarlo. ¿Cómo pudo hacerme eso? Yo que lo quiero tanto, que lo idolatro, yo que tanto lo respeté, tuve muchas tentaciones, muchos pretendientes antes de casarme e, incluso, después. Ellos, mis pretendientes, eran hombres muy simpáticos, muy cultos, ricos, poderosos; sin embargo, siempre lo respeté, estúpida yo, siempre le fui fiel. Eso se acabó le pagué con la misma moneda, le fui infiel con mi amigo de toda la vida, él siempre me pretendió, pero yo no le hice caso, al principio por tonta, por caprichosa y, después, por causa de él, del traidor, por respetó a él. Busqué a mi amigo, lo seduje, no fue difícil, como dije, siempre estuvo detrás de mí, nos acostamos, fue algo extraño en verdad, mi amigo estaba algo emocionado y ansioso, yo, en cambio, estaba fría y apurada, él se esforzó, fue muy cariñoso y apasionado; sin embargo, yo no pude relajarme, no pude evitar sentirme culpable, en mi cabeza retumbaba la voz de las monjas de mi colegio diciéndome que lo que hacia era pecado, que iría al infierno, sentía la mirada de mis padres llenas de una profunda desaprobación y decepción, apenas él terminó, me vestí y salí corriendo. Tomé un taxi rumbo a mi casa, nuevamente, me preguntaba cuál era el motivo por el que me fue infiel, siempre me comporté como una buena esposa, en todos los sentidos, como dicen fui una dama en la calle, una señora en la casa y una…, bueno una puta en la cama, me esforzaba mucho en satisfacerlo, superando, incluso, mis propias inhibiciones ¿Cómo pudo? ¿Cómo pudo?...

En estos últimos días mi esposo no había cambiado conmigo, siempre fue muy cariñoso, responsable y comprensivo, no había mostrado ningún signo de estar engañándome. ¿Habré cometido un error? me pregunté, estaba pensando en ello, en que él seguramente me seguía queriendo; pero, de pronto, como un rayo un nuevo pensamiento me cruzó por la mente, tal vez, todas sus atenciones no eran más que una máscara de hipocresía que ocultaban su traición, su perfidia y, solamente, estaba buscando la oportunidad adecuada para abandonarme.

Llegue a casa ese día, él me miró apartando por un rato el periódico de su vista. ¿Te sientes bien? me preguntó, no pude, no me aguanté, además, creí que era una buena ocasión porque estábamos solos en la casa, le dije directamente y sin miramientos: Vengo de haberte sido infiel y lo hice en venganza porque tú te metiste con otra mujer. No respondió, inmediatamente, tenía la mirada perdida, luego, bajó la cabeza en un gesto de reflexión; mientras yo me mantenía parada delante de él esperando su respuesta, no sabía que iba ocurrir, solamente quería que sufriera de la manera que sufrí yo. ¿Sentiste placer al hacerlo con él? Me preguntó, finalmente. Me sorprendió, no supe que contestarle, así que le dije la verdad: No, no sentí placer al hacerlo, pero lo siento ahora que te lo cuento. Con una voz seria, que no denotaba emoción alguna, me dijo que él me había engañado por placer y no por venganza. ¡Placer!, le dije indignada, acaso yo no te daba todo el placer que necesitabas, dónde dejas todo mi esfuerzo, dónde. El placer muchas veces repetido no es placer, replicó el muy bestia, luego, subió las escaleras empacó sus cosas y se marchó. Yo me quedé sola sollozando, no supe si echarlo a gritos y golpes o rogarle para que se quedara.