Sofía no podía conciliar el sueño. A la mañana siguiente tenía que presentarse en casa de doña Loreto donde desempeñaría labores domesticas.
“La vida es como un columpio, hoy estás arriba y mañana puedes estar abajo”, pensaba Sofía. Jamás imaginó que volvería a trabajar.
Acostumbrada a estar en su hogar haciendo lo que más le gustaba, escribir poemas y leer buenos libros. Confiando siempre en su maravilloso esposo que la apoyaba en todo.
De un día para el otro, como quien cambia un carro viejo, él la cambió por otra. Después de atravesar por un doloroso divorcio, donde le quitó todo, excepto el deseo de vivir y seguir adelante, Sofía se dijo a sí misma, “si me quieres ver destruida no lo vas a lograr”.
Se levantó temprano y llegó a casa de doña Loreto, quién la esperaba ansiosa porque había remodelado la casa y necesitaba una limpieza urgente.
Sofía, un poco nerviosa, escuchó las instrucciones y comenzó a trabajar. Mientras lo hacía se preguntaba, ¿en qué lugar de esta enorme mansión encontraré un espacio tranquilo para leer? Eso sí que no lo voy a dejar.
Cuando salió al patio, cerca de la piscina, vio que había un pequeño cuarto. Se acercó, y al abrir la puerta le llamó la atención aquel antiguo reloj que descansaba en la pared detrás del inodoro. Observó que aunque viejo cumplía bien su función. Y como si este la escuchara le dijo:
–No te preocupes, tú y yo nos vamos a entender muy bien. Sé por lo que estás pasando, como remodelaron la casa, con tu presencia afeas la nueva decoración, por eso te encerraron en este baño que apenas se usa.
–Esa es nuestra gente, amigo, cuando estamos jóvenes somos para ellos la luz del sol, pero cuando el tiempo en su pasar nos avejenta, somos estrellas apagadas en una noche de luna.
¿Sabes qué? –le dijo Sofía. Yo soy fanática de la lectura, de ahora en adelante seremos cómplices de un robo. Todas las tardes me robaré unos cuantos minutos y vendré a hacerte compañía. Yo me sentaré en la taza del inodoro y tú me contarás el tiempo para que doña Loreto no me descubra.
Así pasaron los meses. Todas las tardes el viejo reloj la esperaba en el silencio del baño y Sofía disfrutaba de la lectura protegida por su fiel amigo.
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