Una noche como cualquier noche, esa noche en donde casi todos somos iguales, en donde no hay diferencia entre clases y en donde compartimos hasta los mismos sueños, esa noche en donde la muerte ronda, en donde las ideas más descabelladas se nos ocurren y en donde felices algunos nos hallamos… esa noche en donde todo es posible y todo es revelado…
Esa noche cuando dos cuerpos sedientos de sexo y amor, cuerpos necesitados por una única razón, para poder ser un solo cuerpo, una sola carne y un solo espíritu, para sentirse más que felices, sentirse compactados, extasiados por el sabor de sus cuerpos, sentir, solo sentir, uno dependiente del otro, como si se tratara de dos imanes magnetizados.
Esa noche, y a pesar de su corta actividad sexual, Juan tenia los pensamientos más salvajes y sucios que puede tener un ser como cualquier otro; estando acostado en su cama junto a Carolina, la aquella que era su todo, su visión su pensamiento y su verdad, esa mujer de los cabellos dorados, que esa noche le había despertado las mas profundas sensaciones que hasta entonces Juan no había experimentado, esa excitación que olía a sexo, que se distinguía al ver un pronunciado abultamiento en la parte superior de sus pantalones ceñidos a su cuerpo.
Era un ambiente que incitaba a la lujuria y al pecado, a eso que dicen ser prohibido, porque lo prohibido es lo más deseado por esos seres de carne y hueso; fue un ambiente que los envolvió en una capa de deseo y pasiónes brutales, tal como si fueran dos animales en celo. Los besos insaciables de los dos los excitaban más y más, haciéndolos sumisos por momentos; pero Juan, con esa sobrecarga de locura y sexo, llevo sus manos por todo el cuerpo de Carolina, como si escribiese una partitura infinita en su abdomen, en su torso, en sus piernas, en sus senos erguidos que con sus pezones palpitantes apuntaban directamente a un solo lugar, el cual tenia una temperatura al máximo y del cual se obtenía la imagen de una especie de prominencia, este era el objetivo primordial de Carolina.
Juan por su parte, solo se dedicaba a escribir miles de progresiones armónicas que iban llegando a una cadencia en aquella sinfonía; Juan escribía en un lugar cálido, húmedo y dilatado para el momento, el cual suplicaba por ser visitado por la piel de Juan quien taciturno en su cuerpo no titubeo en centrarse en ese lugar blando y guiado por el tacto de carolina empezó a acariciar una y otra vez inconteniblemente.
Rápidamente sus rostros se contrajeron, Juan tocaba el cuerpo femenino, cuya piel pedía más y más. Las palabras se volvían iconos inmediatos que eran captados por Juan; quien por un momento se dedicaba a escuchar esa bella sonata de sus cuerpos jadeantes que se representaban en placer y más placer.
Juan estuvo por un tiempo ahí, hasta que las hormonas de Carolina se satisfacían por completo, haciendo que su cuerpo se ensanchara y que gradualmente empezara a vibrar hasta casi perder el conocimiento de lo real, sintiendo por momentos como brotaban ríos dentro de su ser. De repente, Juan vio en su rostro el desahogo de todos sus deseos, no obstante aquel deseo pecaminoso seguía latente en su alma.
Después de esto, Juan bajo sus pantalones por que no soportó más, tenía que ser satisfecho, tenía que llenar ese vacío con el pensamiento lascivo de Carolina, aquella mujer que lo dejaría sin energía total; así que lentamente ella empezó a acariciar su torso dando más fuerza a la virilidad de este hombre que se estaba postrando ante ella como un esclavo ante una diosa que haría de él lo que ella quisiera, como si fuera realmente Dios quien juega diariamente con nosotros. Rápidamente Carolina encontró y palpo su objetivo principal y con sus manos, que poseían una fuerza sobrenatural, acariciaban el glande de Juan con rapidez desesperada una y otra vez; Juan le pedía que acariciara sus testículos de donde emana la vitalidad y la fuerza de un hombre, pidiéndole a Carolina que se apoderara de él como un conquistador de un territorio nunca antes descubierto; como si fuera suyo porque ya lo era. Carolina así lo hizo durante un tiempo consecutivo, y de un momento a otro, como si fuera un volcán en erupción, eyaculo poco a poco.
Repentinamente las manos de Carolina quedaron impregnadas con esas gotas espesas, haciéndola cómplice de la lujuria que los dos habían compartido y dejando al cuerpo de Juan con escalofríos que le recorrían el cuerpo y sin aliento, exclamando por un nuevo encuentro.
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