Era y es mi amigo, el de siempre. El que siempre está, el fiel, el que no te falla.
Él era y es, apocado, sencillo, paciente, introvertido, entre nosotros, para entendernos “un poquita cosa”. Pero es mi amigo. No sé por que, pero lo es.
Nuestras vidas, fueron hasta la pubertad paralelas, después se hicieron divergentes. Tan divergentes que no tienen nada que ver una con la otra.
Yo me considero un triunfador. Trabajo en una empresa importante y en ella soy un ejecutivo importante. Él, que en la carrera tuvo las mejores notas- por supuesto mucho mejores que yo-, trabaja de oscuro profesor de secundaria de una escuela modesta de un barrio paupérrimo.
Yo, era de jovencito el “guaperas”. Todas las nenas a mí alrededor. Y como un picaflor pasando de una a otra sin el más mínimo pudor. El se enamoró perdidamente de una compañera, la cual, no le hacia el más mínimo caso. A la que por cierto, me la lleve al huerto y no era para tanto.
Los dos vivimos solos. Él, en una mugrienta buhardilla de un barrio obrero. Yo en un lof, por supuesto carísimo, en un barrio ídem. Yo vivo solo pero muy, muy acompañado, eventualmente claro.
El aparte de mí, no creo que haya llevado a nadie a su desastrosa buhardilla, limpia, pero con la única decoración, de sus libros, esparcidos en estanterías, mesa, sillas, suelo. Un horror.
Siempre nos reunimos en su buhardilla. Y siempre soy yo el que le llama para decirle que voy a verle. Y siempre, para contarle mis cosas, es un monologo. El atentamente me escucha, me pregunta, se ríe contento de mis triunfos y conquistas, se preocupa de mis problemas. Nunca me da su opinión, nunca discrepa, solo se interesa. Yo me desahogo y me voy. Comprenderéis que sea mi mejor amigo.
Un día me llamó por teléfono, nunca lo había hecho. Quería hablar conmigo. Impaciente le esperé en mi lof. Era una total novedad.
El asunto era que sorpresivamente, había conocido a una muchacha hacia un mes. El se enamoró de ella y ella le correspondió. Hasta aquí infrecuente en él pero normal, porque no. Pero eso no era todo, ella solo tenia un riñón y le fallaba, estaba en diálisis. Pensé, pero no se lo dije. “Déjala, no te metas en problemas de otros. Con la cantidad de mujeres sanas que hay y eliges una tocada”.
Pero eso no era todo, lo fuerte lo inaudito, lo propio de él, era otra cosa.
Ella necesitaba un transplante de riñón con urgencia. Pero por su grupo sanguíneo era difícil el encontrar un donante. Y él tenia el mismo grupo, ¡qué terrible casualidad! Sin decírselo a ella, se hizo pruebas y vaya, era totalmente compatible. ¡Y se lo iba a donar!. Dentro de unos días, sería la operación. El motivo de decírmelo no era el pedirme mi opinión, que por supuesto hubiera sido negativa; era que por ser una operación de riesgo, quería despedirse de su único amigo, yo.
Le dije de todo y ahora que lo pienso, creo que hasta lo insulte. En un momento de mi fuerte perorata, levanto la mano y me dijo “Te agradezco tus palabras que sé que son debidas al cariño que me tienes y es lógica tu preocupación, pero compréndeme, si yo no le diera el riñón por miedo a perder mi vida y ella se muriera, para que querría vivir. Tu sabes cual era mi vida antes de conocerla. Encerrado en mi soledad, pues no sé convivir con la gente como tu. Sin metas. Yo no vivo, solo sobrevivo. Pero si todo va bien, el premio es la ilusión de un futuro junto a la persona a quien quiero. Como veras la decisión es fácil”.
No le dije nada, solo le abrace.
Los operaron y por petición de ambos, los pusieron en la misma habitación. Les visite varias veces. Todo evolucionaba bien. Se casaron en el mismo hospital, no querían esperar más. Claro, fui el padrino, testigo y único invitado, sin contar a todas las enfermeras de la planta y colindantes, que sin parar de llorar asistieron al acto.
Llegó el día, en que por la favorable evolución de ambos, les iban a dar el alta. Fui al hospital para ayudarles a llegar a su casa. Cuando estaba cerca de la habitación los vi salir. Intuitivamente me paré y medio oculte. Vi sus caras. Ella cogida a él, a su héroe, su cara resplandecía. Él mirándola con orgullo, la espalda recta con paso firme, era la imagen de la seguridad. Y a ambos sobrándoles esa cosa tan ridícula para mí, que parece ser, dicen que se llama, amor.
No les interrumpí, no necesitaban a nadie que les ayudara. Eran totalmente autosuficientes. Sus fuertes sentimientos, motivados por las duras decisiones que habían tomado, los haría inmunes a la adversidad. Por lo menos así quiero yo creerlo.
Ahora el problema soy yo. Estoy en pleno tratamiento por una fuerte depresión. Un día me hice una pregunta “¿Cuál es mi vida y mi futuro?”. Y me puse a llorar.
Me he hecho donante de órganos. Si una vez funcionó......
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