EN EL TIEMPO DEL NO TIEMPO
MITO DE LA CREACIÓN DEL UNIVERSO A PARTIR DEL LENGUAJE
La creación partió de uno y no de cero. Ese uno era la hermosa Suripanta que habitaba en los confines de la nada. Nada existía.
Hace miles de años, antes de que los hombres pisaran la tierra, en medio del universo del no-tiempo habitaba la hermosa Suripanta. Ella moraba sola en el vacío, y divagaba en los confines de la ausencia. Nada existía ajeno a ella.
En un instante inesperado, la Suripanta cayó en sueño profundo. Al despertar, no estaba sola. Quizás nunca lo había estado, pero fue hasta ese momento que pudo darse cuenta. Junto a ella estaba el verbo. El verbo le abría infinitas posibilidades para hacer una creación, pero nunca una tan grande como el lenguaje.
A medida que la Suripanta pensaba, el universo se iba componiendo. Primero fueron las emociones. Estas colmaron cada uno de los rincones del espacio y le dieron una atmósfera etérea. Luego vino el fluir del tiempo y la expansión del cosmos. Estrellas, sistemas, planetas. Cada palabra creaba una instancia del existir.
En el corazón de la Suripanta habitaban los más profundos sentimientos. La esperanza, el odio, el amor le daban un brillo especial a su esencia, y la motivaban a seguir enunciando palabras que terminaban por transformarse en objetos del mundo. Día, noche. Su ser no podía detenerse, y la manifestación de la palabra era cada vez más poderosa.
El universo funcionaba de manera fluida y ordenada, y la Suripanta sólo hacía reales las pretensiones del lenguaje. Creó la tierra, el cielo y los océanos. Luego, la vida. Las plantas comenzaron a llenar los espacios vacíos de los territorios, a beber de las aguas y a recibir el aire. Luego las bestias caminaron por la tierra y por los mares. La Suripanta no quería detenerse y seguía pronunciando palabras. Los animales y las plantas comenzaron a dividirse, aparecieron las aves, los peces y los reptiles.
A medida que la creación iba aumentando, las posibilidades de la Suripanta se limitaban. Cada vez era más lento este proceso, y la repetición de palabras (que por cierto no tenía ningún efecto) era constante. Fue cuando sintió la necesidad de entregar su fuerza creadora a una de sus criaturas vivientes. De ese modo podría descansar y observar con calma el curso del tiempo hasta su fin, sin la constante necesidad de pronunciarse.
Tomó una de las bestias de la tierra, y la dotó de lenguaje. A este ser le dijo hombre. De ese modo surgió la humanidad dotada de palabras. Pero ajeno a cualquier intención, el odio y la maldad llenaron los corazones de estas nuevas criaturas. Como también podían crear objetos del mundo con sólo mencionarlos, inventaron culturas que estaban predestinadas a la destrucción.
El mal invadió la tierra y oscureció la creación. Sumida en dolor, y al presenciar todo esto, la Suripanta no tuvo más opción que intervenir. No apartó el lenguaje de los hombres, pero sí redujo su poder. A partir de ese momento, el lenguaje de los hombres no crearía objetos del mundo, sino que remitiría a infinitas cadenas de significación regidas por la equivocidad y la distorsión de los sentidos. Luego los dotó de manos, para que la fuerza creadora proviniera de su propio esfuerzo y trabajo. Por último, para asegurase que valoraran todo aquello que había sido hecho, pronunció sus últimas dos palabras. Envejece, muere.
Por amor a su creación y por justicia, la hermosa Suripanta envejeció y murió al igual que todo hombre a partir de ese momento. Sin embargo, quedó a la espera de ser resucitada algún día, cuando vuelva el tiempo del no-tiempo, y la naturaleza misma del lenguaje esté dispuesta a hacerlo...
©2005 David Escandón V. |