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Desde aquella tarde.
I

José Alcántara había dado un giro total a su vida. Todo cuanto era desapareció. La alegría que le transmitía a su familia y a sus amigos se evaporó en un transcurrir de segundos.

José, de una inteligencia común y una figura promedio, se propuso descubrir todo lo relacionado a ese joven que lo había impresionado tanto, hasta el extremo de haber cambiado radicalmente su manera de ser, su forma de pensar y su manera de actuar. Descuidó su familia. Fue despedido de su empleo. Todo lo que había sido hasta lo veinte y sietes años, desapareció.

Se dedicó en cuerpo y alma a la investigación del perfil de ese joven. ¿Cómo había crecido?, ¡por qué su conducta!, ¿cómo eran sus padres?, si tenía amigos, ¿cómo eran?, y todo lo relacionado a su educación y sus costumbres.

Su cuerpo y su mente se propusieron aquellos objetivos.

Después de aquella tarde José duró varios días en una profunda reflexión. Se tornó distraído ante los demás. Pero en realidad estaba muy atento de lo que le sucedía en su interior. Se hizo tantas preguntas y a ninguna le encontró respuesta.

Su esposa se notaba preocupada por su distracción. Pero José, introducido en si mismo, no se distraía con María Del Carmen.

Ella fue siempre la bujía de inspiración de él. La trigueña de ojos pequeños y melancólica mirada. Con cuerpo de mujer caribeña, y origen africano. Glúteos redondos y cintura pequeña. Pechos redondos como una naranjas y en sus centros pezones tan tiernos como la piel de un recién nacido.

Ella, que despertaría ese deseo maléfico de la lujuria hasta en el monje más consagrado a su religión. En José no significaba nada después de esa tarde oscura. Dividieron el dormitorio. El con el pretexto de dejarla dormir mientra estudiaba y ella para complacerlo en todo.

Lo que él se había propuesto, sólo él lo sabía. Y ella, resinada.

Con la esperanza de que él volviera a ser lo que siempre fue. El no quería que ella pasara por lo que él estaba pasando. Lo que lo ha marcado a él, no podía permitir que la marcara a ella.

Esa tarde gris, de penetrante mirada, de sonrisa infantil y de valor extraordinario. De hombros fuertes y piernas ágiles como los de gacelas, produjo aquel intercambio de mirada que marcó a José para siempre.

José empezó con hacer una lista de prioridades. Para así lograr su objetivo. La primera era la de conocer sus amigos. ¿Cómo eran?, su sentir, sus costumbres y sus sueños.

La música que escuchaban y los Jovis que compartían. Sus valores morales y su educación.
José descubrió que todos los amigos de ese joven, crecieron en ambientes hostiles. Con un gran vacío existencial.

Sus padres tenían otras prioridades que atender, menos la de sus hijos. O, por otra parte, había padres que eran tan necesitados económicamente que lo que conseguían era solamente para sobrevivir.

No podían estar al tanto de sus hijos pues ellos lo que hacían eran sobrevivir en esta jungla infernal de poder, insatisfacción y destrucción de sensibilidades.

Desde luego, había excepciones. Y estos eran oasis en medio del desierto. Pero después nada. Anarquía, caos y vacío.

José intercambió ideas y opiniones con todos. Dió de comer a unos cuantos. Regaló parte de su vestimenta a otros. Y así se sumergió en aquel mundo de pesimismo y desaliento. En donde Dios se fue de vacaciones, por ende, si Dios no está, démosles rienda suelta a la maldad. Y de esta manera crear los monstruos del mañana. En donde no existe la conmoción y la monstruosidad alcanza su máximo esplendor.

De aquellos jóvenes que conoció José, uno le hizo sentir nauseas y furia. Pero también descubrió esa sensibilidad que sentimos los humanos al ver como alguien se destruye a si mismo.

Su nombre era Carlos Pérez, pero todos los conocían por Carlitos Way. Era el prototipo ideal para ser hijo de Lucifer. Sus cualidades principales eran la rabia y el odio. Pero a quien más odiaba Carlitos era a él mismo. Y, desde luego, era sádico. Disfrutaba haciendo sufrir a los demás.

Carlitos le contó a José su primera participación en un asesinato. Cómo había sido y por qué.

-José… nosotros habíamos bajado del monumento. Nos quedamos en el parque de las Hermanas Mirabal cherchando. Estaba el jefe de la ganga con nosotros, el Mosquito. Y vimos dos quiperos, estos eran de la 42, una ganga rival a la nuestra. Los llamamos. Ellos no querían ir para donde estábamos. Así que fuimos donde ellos. Los rodeamos. Y sin hablar, agarré uno por el cuello. El Mosquito tenía una cuchilla, y sin hablar le dio cinco puñaladas en el estomago. Su compañero intentó irse, pero el Menor lo agarró por detrás, y también a éste le dieron muchísimas puñaladas. Yo me reía cuando estaban en el suelo. ¡Sabes! Ellos me habían dado una carrera unos días antes. Pero na’… ahí me la pagaron.

José sentía lastima por Carlitos. Quien había sido criado con el poco dinero que producía su madre con su cuerpo. Trabajando en cualquier barra o en cualquier callejón de la Colón con Restauración.

Su padre era de los hombres que dicen que los hijos se crían si se van a criar, y sino, se mueren. A él le preocupaba más lo que le entraba por la nariz que su hijo. Ese polvo blanco que le hace salir de su realidad, dejando detrás todas las penurias y todas las calamidades que había soportado para criarse.

Carlitos deseaba que él se muriera, pero no quería matarlo él. Y él, que Carlitos nunca lo molestara.

José pudo comprender el porque de la violencia de Carlitos. No era por lo que dicen los profesionales de la conducta. Que por el Nintendo. Que por la televisión. Que por un sin número de disparate que dicen. Era rebeldía con la sociedad. Que nunca se preocupó por proporcionarle educación. Que nunca se preocupó por si dormía con sábanas cuando tenía frío. O, si tenía hambre, darle comida.

José se repetía constantemente –es cierto lo que dicen, somos productos de la sociedad. O, mejor, de nuestro entorno. Y, como el entorno y la sociedad están podridos, Carlitos está podrido. Pobre de su espíritu si aun lo conserva. Cuantos momentos difíciles para criarse. Si como dicen los psicólogos, el nacimiento es un trauma que sólo es aplacado por el cariño de la madre, en Carlitos, nunca había sido aplacado-.

Sandy Valerio.

Texto agregado el 26-12-2010, y leído por 119 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
27-12-2010 Dura la realidad de José, como la de muchos jóvenes que andan por ahí sin rumbo porque la sociedad no le ha ofrecido el apoyo necesario para poder desenvolverse en un medio de cirscunstancias normales. Veremos más adelante lo que pasa con José. Te doy 5 Sandy: el comienzo llena las expectativas del lector, que está a la espera del desarrollo de los hechos. Sólo revisa un poquito la Ortografía en Word porque casi siempre se nois escapan algunas incorrecciones. !Adelante! gatoverde
 
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