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Apagó la onda de FM que lo acompañó durante el viaje de regreso.

Con especial cuidado en la maniobra evolucionó con el auto de modo de estacionarlo de culata sobre el frente de la casa. La humedad de la mano quedó impresa en el freno de mano. Hizo sonar dos veces el claxon. Tomó por el asa un grueso portafolios y del asiento trasero un ramillete de rosas.
Con pereza cerró la puerta, accionó la alarma y se aflojó el nudo de la corbata. Sintó escalofríos por la espalda a consecuencias del sudor acumulado. Se secó la frente y recompuso la figura de alto ejecutivo.
¡¡-Paaapi¡¡ Las dos niñas traspusieron como un huracán la puerta de entrada y se le echaron en brazos con el cariño reconfortante que suelen dispensar los niños al final de una jornada agitada. Lucía exhausto pero esa demostración de amor realizó el cotidiano milagro de aflojarlo y devolverle la condición humana. Se acercó la esposa también alertada.
- Alberto, vidita… ¡Qué tarde llegaste¡… ya me estabas preocupando.
- ¡Ay Adela!…No sabes lo que fue hoy…tengo que estar en todo. Menos mal que la Bolsa respondió. Estoy deshecho. A propósito…esto es para ti. Le alcanza las rosas y se besan blandamente.
- Gracias cielito, son preciosas…te amo. Una de las niñas hurga en los bolsillos del padre.
– Papi no nos trajiste nada…¡¡malo¡¡.
- Un momento: Y esto ¿qué es?… Un par de brillantes chupetines surgieron como por encanto desde dentro del portafolio. Las niñas lo abrazan nuevamente colmándolo de besos. De tal forma, todos unidos por la ternura, tocando el techo del mundo, se sumergieron en la paz hogareña apenas turbada por la campana del viejo reloj de péndulo que marcaba las veintiuna.
- Sabes que esta noche te iba a invitar para que nos hicieras un lindo asadito. Confiando en que no desdeñarías la invitación ya me estaba aprontando para realizar las compras.
- Un pedido tuyo es una orden para mi amor de mi vida, sólo que antes quisiera darme una ducha, ponerme la tanga y hacer un poco de pileta con un buen scotch. La reposera está guardada en el lugar de costumbre ¿no?
- Si en la estantería del garaje, sólo tienes que inflarla. Mientras te aseas te preparo todo…

Incorpora el adminículo de plástico a la superficie del agua cristalina, se zambulle y tras algunas brazadas la trepa dejándose llevar por la inercia. Disfruta del momento estirando piernas y brazos como un niño. Piensa que el objetivo de vida que se había trazado se está cumpliendo y le está dando los ansiados dividendos.

Al borde de la pileta y sobre una bandeja de plata lo aguarda el reconfortante scotch acompañado de quesos y embutidos. Rema vigorosamente con los brazos. Escancia un buen trago, picotea algo, hace palanca para alejarse del borde de la pileta. Los ojos pesan mucho.
A los pocos minutos queda dormido acariciado por un viento intranquilo. La luna ilumina la copa de los árboles, se oye un lejano ulular de sirenas, los jazmineros revientan de perfume. Refulgen los ojos de un gato blanco.
Imprevistamente un cono de luz rosada, cuyo vértice alcanzaría un punto infinito del espacio, lo rodea completamente elevándolo suavemente hasta perderse de vista con la carga.
Un cerco de colores desvaídos lo extrae de la posición en que se encuentra reclinándolo suavemente en una mesa transparente aplicada a un artefacto espacial. Continúa dormido.
Del extraño andamiaje surge un instrumento irreconocible del cual se proyecta un rayo rojo muy fino que le abre la cabeza desde la corona a la barbilla, atravesando en canal el resto del cuerpo quedando de tal modo expuesta la composición morfológica de del objeto a estudio. El cabello del cuerpo desaparece inmediatamente al igual que las uñas. Tubos estratégicamente dispuestos desagotan inmediatamente la totalidad de los fluidos del cuerpo viviseccionado. Varias luces se prenden y apagan alternadamente. Desde un fino cordel desciende un objeto muy pequeño de incandescencia violeta, el cual es adosado a la zona ventricular del corazón. Acto seguido, herramientas indiscernibles juntan las partes separadas y cierran las aberturas a todo lo largo y ancho del cuerpo lacerado.

Afuera nieva intensamente. Clara, repantigada en un sillón lee atentamente el borrador de uno de sus trabajos de pediatría pronto para ser impreso. A su lado la madre, inmovilizada en un sillón para discapacitados se muestra algo impaciente; más desasosegada que de costumbre.
Recién había llamado Mabel tranquilizando a la familia acerca de la fiebre que venía acosando a su hijo Alberto, sobrino de Clara. También les recordó que el vuelo de regreso de su marido y Luisa se produciría el próximo viernes a las quince horas y no a las dieciocho como erróneamente les habían informado. El cuñado de Clara había asistido a la graduación de Luisa en la Universidad de Pensilvania y volvían con unos deseos enormes de reencontrarse con la familia.
Clara creyó sentir golpes de nudillos en el ventanal grande que daba al jardín congelado. Pensó que se trataría del golpetazo de una rama sacudida por el viento. Eso le recordó que si el tiempo lo permitía, mañana a más tardar tenía que limpiar a fondo la piscina vacía.
Los golpes se repitieron con más fuerza. La espesa cortina le impidía observar lo que ocurría al otro lado y la descorrió. Estupefacta lanzó un alarido de horror.
Un hombre absolutamente calvo, vestido con un taparrabos que apenas podían sostener los huesos de la cintura cadavérica la miraba desde el fondo de las cuencas de sus ojos sin vida. Las facciones de la cara, absolutamente corrompida, lucían como talladas sobre huesos cristalinos; tal como la de los perros carcomidos por la sarna. No hablaba. Lo invitó a entrar. Arrastraba las piernas sin levantar la vista del suelo.
¡¡¡Alberto¡¡ ¡¡Alberto¡¡ ¿que te ha sucedido? gritó frenéticamente la impedida tratando inútilmente de levantarse. ¿Dónde estuviste todos estos años?!!Contesta!!
Prorrumpe en un llanto desesperado. Clara no puede salir de su azoramiento:
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El guiñapo no reacciona. Se acerca vacilante a una silla próxima.
Un objeto reclama prontamente su atención: El viejo reloj de péndulo.
Casi arrastrándose se acerca a él, marca las veintiuna.
Trata de tomarlo entre sus manos pero el esfuerzo es inútil; la altura a la que se encuentra y la disposición de los muebles antepuestos es demasiado obstáculo para sus menguadas fuerzas.
Tembloroso, levanta igualmente los brazos recorriendo trémulamente la pared con la punta de sus dedos huesudos. Voltea la cabeza con desesperación para bajarla luego exhausto por el esfuerzo.
Un halo opaco y centelleante le rodea el cuerpo. Aferrado al borde de una repisa torna a desintegrarse como ceniza de cigarrillo quedando en el piso un minúsculo montículo gris. En silencio, una pequeña bola violeta estalla sin dejar rastros.
Clara zamarrea a su madre sin obtener respuesta.


LUIS ALBERTO GONTADE ORSINI
Derechos reservados
Montevideo, diciembre 2010


Texto agregado el 26-12-2010, y leído por 95 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
26-12-2010 . moebiux
 
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