Nocturnos delirios
nuevamente encendidos,
al abrigo del recuerdo imborrable
que cual rito,
resucita incansable en primavera.

Sin pensarlo,
de nuevo tras tus huellas
reclamándole al viento
por tu aroma y por tu voz.
Apostando a vestigios
de presencia inagotable:
Atardeceres compartidos,
conjurando soledad,
habitando el ser que nunca antes
se intentó reconocer.

El afán de soñarte otra vez,
renaciendo en la nostalgia.
Complicidad perdida,
vacío inexplicable,
realidad que se hizo inmensa
ante un cielo
que tocamos con los dedos.

Pero las lagrimas
apostaron al olvido,
y un tiempo que acabó.

Aún hoy,
las marcas persisten,
en la espalda y en la piel.
Imborrables.
Infinitas.

Evocando el instante,
en que las almas se encontraron.