Para Isabel
Releía los papeles obsesivamente y cada segundo que mis ojos viajaban por las líneas, menos me gustaba el exceso de adjetivos, las frases poco directas, las cacofonías. Estaba decepcionado de mí, al no ser el buen escritor que muchos creen. Independiente de las buenas ideas que se regocijan en mi cabeza, el no conseguir retratarlas las mantiene simplemente como eso. Ideas que se pierden y nada más.
Mis ojos estaban rojos de sueño y de repasar tanta porquería. La náusea aumentaba y siempre era el mismo desenlace. Tomar la masa de pliegos, para luego despellejarla con las manos. No quería saber de máquinas de escribir o lápices, antes de tener claridad.
Así me mantuve un par de días a la espera de la inspiración, que rogaba porque llegase antes que Isabel. Debía darle una sorpresa. Una pequeña carta para demostrarle cuanto la apreciaba.
La tarea empezaba con un tímido “Isabel, es lamentable pero necesito de tu atención por unos cuantos párrafos (…)”. Todos los intentos mantenían este comienzo.
“(…) No he sido un buen amigo y mucho menos una buena persona. Desearía tener la capacidad de convencer, a todos ellos que piensen lo contrario, de que no sigan mi ejemplo.
Lo siento. Desde lo más profundo de mis tripas te lo vuelvo a repetir, lo siento. Durante los últimos días (y porque no decirlo, meses), me he comportado como un simple monigote que busca romper el tedio, pero a mi vez, creador de espacios vacíos que tiendo a llenar con colores desabridos”.
-Que estupidez. Sólo hablo de mí. Egoísta de mierda. ¡Maldito sea yo! –No entendía donde estaba el problema, con tanto librito de poesía leído, para terminar escribiendo una bazofia al amor. Todo se convirtió en más bolas de papel llenando el piso.
-Debo jugar más allá. Revelar sin miedo las anotaciones mentales.
Nació un nuevo texto, de similar comienzo, pero que en su segundo ladrillo se explayaba así: “Confieso que últimamente te has convertido en una memoria recurrente. En la máscara de ignotos que caminan. En tu ausencia, he buscado por horas tu cara en los transeúntes, con la esperanza de que alguna vez daré con la correcta”. No está mal, dije para mis adentros. Pero a continuación ¡qué!
-¡Joder que es complejo escribir de este tema! -¡Eso es! Una pequeña referencia al amor como generalidad.
“He amado, debo confesarte, pero con cobardía. Nunca dije cuanto apreciaba a quienes me rodean. He decepcionado a mi persona unas cuantas veces, por lo que esa actitud ermitaña, que te mencioné en alguna ocasión, fue un escudo para no dañar a segundos, terceros o cuartos.
A veces siento que no interrumpir su camino, puede resultar en el mejor aporte que les entregaré en vida.”
Una pausa para respirar mientras veo la coherencia de las letras.
-No me agrada ahora el tono con el que suena la presentación. Le quita valor al párrafo siguiente. Me presenta como un paranoide que se “lamenta” de lo que siente.
La solución fue mantener la distancia, en parte porque la consideraba una empresa seria y no quería meter las patas. No con ella. Sólo usaré su nombre al comienzo “Isabel:”.
Luego de sangrar por cada página, párrafo, línea, palabra y letra, me fui acostumbrando a la idea de una vida, juntos.
Recostado en mi cama observé el techo. Las sombras se acentuaron y el Sol desapareció en el oeste, me vi transportado al día de mi boda. ¡Qué hermosa se veía Isabel! Y yo cuantos años rechazando la idea del matrimonio.
Al lado de mis hijos y siempre de la mano de ella, como la reina de mi feudo. Entre risas compartíamos al aire libre, sentados en un parque. Había un pastel, velas y todos cantaban al unísono. Sin duda era el cumpleaños de Raúl, el mayor de los tres. Luego vendría el de Beatriz y Tomás.
Despertando a medianoche y mientras me dirijo al cuarto de baño, me preocupaba por velar que todo en el reino esté en calma. Visitaba a Raúl, en el camino, que siempre se duerme con la luz encendida, mientras repasa esas teorías roñosas de universitario. La apagué, volviendo de súbito a las sombras y proseguí.
Llegué donde Beatriz, mi segunda parada en el trayecto. La recuerdo siempre mirando ansiosa cada vez que leía sus cuentos, la única que quiso seguir mis pasos. La abrigaba en sus sueños y le besaba en la cabeza.
Tercera estación: tropezar con los juguetes de Tomás, que es la energía encarnada. Un niño impresionantemente preparado para cualquier reto. Los recojo uno por uno y ordeno con cuidado, a ver si se le graba la imagen de donde dejarlos antes de ir a dormir. No puedo enfadarme con él. Me encanta su risa nasal y la nostalgia con la que memorizo la niñez de cualquiera. Etapa donde, con tan poco, podíamos ser mucho más felices que en el resto de nuestras vidas.
Recuerdo a Isabel y a mí sentados entre la multitud, viendo como cada uno de mis tres retoños se realizaba como persona. Llorando de felicidad. Era hermoso os juro. Si sólo hubiesen estado presentes, pero aún la Isa guarda las fotos. Las cuida mejor que sus joyas y su vida.
Mi máxima satisfacción llega al final de la jornada. Al acostarme con su fragancia y despertar consciente que todo está bien. La amo, de eso no hay dudas, hasta el final de mis días.
Pero –siempre existe un “pero” que nos regresa de bruces contra la realidad -¿Y si acaso he nublado el juicio llenándome de ilusiones baratas la mente? ¿Cuándo decidí abandonar la razón para enfrascarme en esta locura?
Mira donde terminó el pobre de Romeo, por jugar con las alas de lo que nunca aprenderemos a sobrellevar. Un fiambre. Su muerte acelerada por culpa de sentimentalismos. Lo subió ebrio en un Cadillac, sin cinturones de seguridad y lo estrelló de frente contra la primera pared que se cruzó. Y que decir de Julieta quien confundida, no encontró nada mejor que sujetar su daga amiga, en vez de buscar ayuda profesional.
¿Y si acaso ella no está interesada en mí? ¿Si se ríe en mi cara o está en una relación y no me ha contado? Sería un golpe bajo, retorcería mi pecho con su palma. Arrojaría mi alma de esclavo al retrete y no dudaría en jalar la cadena entre las heces de quien sabe quién. Sería un gesto de extrema insolencia contra mi persona. Y nada asegura que la tipa esté realizando, la mitad de lo que hago yo para corresponderle.
Han sido dos días de borrachera romántica, he malgastado cerca de 48 horas sólo para caer en esto ¿Dónde queda mi dignidad? Que se joda el mundo entero, no permitiré que una sanguijuela, se lance a chuparme la vida y me deje en los huesos, cargando con pecados y deudas propias, de ambos e isabelinas.
Luego de revolcarme en la divina gracia de Meletea, al fin supe que escribir. Me levanté súbitamente de la cama con la cara sonriente. Tomé la carta y luego de beber un poco de aire, la destroce con los ojos abiertos. Embriagado ahora por la libertad.
La respiración en calma. Todo era perfecto. Cada gota de tinta derramada con exactitud corrompiendo la virginidad del papel. Una vez terminado lo releí incontables ocasiones, satisfecho. Mezcla magistral y justiciera entre la ironía y la confusión. Después de todo no soy un vago en la literatura, aunque aún hay un largo camino para igualarse a los grandes. Uno que recorreré hostigado sólo por mi sombra.
“Devuélvele el corazón, Perra.”
Raúl, Beatriz y Tomás. |