Mi estimada Silvina Inés:
Ante todo aclaro que no está en mi intención descuidar ningún valor humano o familiar, ni incurrir en omisiones que puedan resultar perversas o mal intencionadas. No he omitido tu apellido al inicio de ésta por haberlo olvidado, sino más bien por ahorrar letras cuya caprichosa interrelación incurra en lo que en música llamaríamos "disonancias caprichosas y vanas" y al referirme a esto quiero dejar por sentado que tu apellido no suena a nombre de medicamento para el hígado ni mucho menos a un accidente geográfico sito en tierras italianas, ¡Dios no lo permita! Porque Dios podrá permitir fenómenos universales cotidianos como la desnutrición infantil, el ataque a las torres gemelas, la pediculosis, la escasez de subterráneos en Chubut, o la mismísima menopausia; pero no existiría una Entidad Suprema capaz de permitir que este ser enamorado incurra en tamaña omisión.
¡Faltaba más! Además aclaro enseguida que al recurrir a la frase "disonancias caprichosas y vanas" y sin pecar de soberbio ni tratarte a ti de ignorante, dicho parágrafo alude a lo que en lenguas comunes diríamos "suena para la mierda". Aquí haré un paréntesis necesario para evitar otra mala interpretación: no te he tratado de mujer obsoleta al referirme a la menopausia, ¡que me consuman los fuegos del averno si así lo hubiese hecho! Todo el mundo sabe que aquel término alude a la no necesidad del uso de preservativos en las relaciones amorosas que tú has de conocer y de las que hemos disfrutado en dos o tres oportunidades si mi historial no me engaña, y a propósito de ello me he comprometido aquí al motivo de esta esquela. Aclararé, además, y lejos de considerarme un preservativo, que al citar relaciones amorosas me refiero a las nuestras y no a las que, ocasionalmente y bajo los efectos del azar hemos tenido por separado antes de que la fortuna nos hubiera presentado en sociedad, y merced a la misma, hayamos establecido este vínculo que hoy día nos une tan intensamente.
Fruto de haberme recluido en las últimas noventa y tres horas con cincuenta y cuatro minutos de tu ausencia física es que he comenzado este humilde escrito con la esperanza de que en algún lejano futuro estuviere dedicado a mi memoria. Y no precisamente a la parte de mi modesto cerebro dedicada al don de recordar, sino más bien a los hechos que habrás de reunir durante mi ausencia, los cuales te traerán momentos de mi vida en el caso que lo deseares, de mi persona en tu memoria. Y no es que mi persona sea precisamente una gran persona, es más bien una personita. Sin creerme a mí mismo muy joven por esta aclaración; y dejando de lado que tú eres algo mayor que un servidor, lo cual carece de importancia... ¡Ni a mi pequeña anatomía! No, dije personita en un tono humilde, porque todo el mundo sabe que en este mundo hay grandes personalidades y yo no puedo menos que considerarme un ser de personalidad media. Pecaría de soberbia si no hiciera esta aclaración, porque así como existen peces grandes y peces medianos y pequeños, también hay personalidades grandes, medianas y pequeñas que pululan por nuestras vidas dejando huellas que también serán grandes, medianas y pequeñas ¡innumerables! ¡Pipo Pescador! ¡Herminio Iglesias! ¡Faustino Asprilla! Y Faustino Sarmiento, que en su memoria se ha escrito una buena cantidad de páginas...
Pero a mi memoria es que he dedicado este escrito, mi estimada Silvia Andrés, en tu ausencia, y en soledad que se hace más sola cuando tú no estás. Aunque en realidad quizás debería haber prestado más atención a mi memoria, pero no a la mencionada anteriormente (y si la memoria no me falla, en esta misma carta) No a lo que mi vida haya generado en materia de recuerdos en tu memoria, sino en mi modestísima capacidad de asimilar recuerdos con la mente...
En estas ya noventa y cinco horas con diecisiete minutos de tu ausencia y sin ánimo de ofenderte, profundamente contrariado además empiezo, ahora sí, con mi escrito alusivo a esa persona que amo y que habita tu cuerpo.
Digo contrariado y molesto podría agregar, he notado que mi memoria, de la cual te he hablado, me ha jugado en estas horas una mala pasada. Y no es que haya pasado de largo, o que haya recibido un mal pase, como en el fútbol... Porque a las mujeres no les va, el fútbol. En realidad este mensaje de correo electrónico tiene como una de las funciones el reclamo, sin ser irrespetuoso ni falto de consideración, de tus números.
Sí, es que, mi memoria los ha olvidado. Iba a escribirte una carta que recibirías por correo con mis palabras de amor y buenos deseos, a puño y perfumada letra, con un mensaje que ansiaba recibieras pero he olvidado tu dirección. Además te habría llamado por teléfono para, con un pretexto disimulado, obtenerla de tus labios. Pero he olvidado tu número telefónico. Y el de tu trabajo. Y el de tu madre. Y tu dirección de correo electrónico. Pero ahora sí, luego de estos treinta y cinco minutos que me ha llevado recordar la contraseña de mi cuenta, he presionado con el mouse en "responder" para enviarte mi carta, cuyas palabras he olvidado, pero no su mensaje, creo que iba a escribirte: Me gusta tu sexo...
¡Pero no es que me guste como me gustan las gomitas azucaradas, ni las playas de San clemente, eh!...
Siempre tuyo. Chau.
Guillermo Octavio.
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