Podría haberle dicho vayamos a un café que quiero charlar con vos, podría haberla tenido más cerca que nunca, frente a frente, apenas separados por una mesa y el perfume tibio de las tasas.
Podría haber superado la dificultad de iniciar una conversación conducente, como tantos lo hacen con sagacidad y seducción.
Podría haber rememorado algún episodio en común y entonces derivar la charla a lo que le interesaba.

Podría.

Le sostuvo la mirada con timidez y con esfuerzo a la vez, le siguió la conversación que ella, más que él, mantuvo con comentarios triviales.
Jugó nerviosamente con las llaves del auto en la mano y le sonrió con cada pasaje risueño que ella traía a la conversación.

Podría haberla interrumpido para ir al café y decirle cuanto la extrañaba cuando no la veía o no sabía de ella pero su boca se apretaba sin poder hablar.
Podría haber tomado su mano y seguramente, ella la habría dejado quieta y contenida en la de él.
Podría haberla más que mirado, más que escuchado y más que encenderse con el perfume delicado que la rodeaba.
Podría haber descansado sus ojos en los de ella entregándose y también relajado su cuerpo mientras la escuchaba hablar y moverse frente a él.

Podría.

La vio alejarse después del beso y del “nos vemos”, la vio caminar lentamente para que la alcanzara, para que la llamara, para que finalmente la llevara al café.
La dejó ir entre la gente sin poder decirle.

Podría haberle dicho que la amaba.