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El hecho de saber que vivo en un refugio contra el corrompimiento de los humanos, no me agrada del todo. Es del tipo de cosas que, cuando las ves, piensas "Bueno...Vivimos en un cuasi paraíso, con este rojo páramo, con el cielo violeta sobre nuestras cabezas, coronado por un verde haz de luz en medio del todo, que observa nuestra ecuánime existencia". Pero pronto, te empiezas a dar cuenta que tienes ganas de saber qué hay más allá. Tratas de romper esa muralla que te circunscribe a vivir en tu eterno círculo sin retorno, en un monólogo de ideas cromáticas, disfrutando de solfeos existencialistas que no hacen más que alimentar tu apetito de saber que se esconde más allá.
¿Tendrán 4 dedos? ¿Serán cabezones? Quizás se alimentan del aire que les sobra. Todo esto pensaba mientras masticaba mi manzana. Mi manzana, podrida, llena de gusanos que la hacían tan deliciosa.
Así fui fagocitando mis ideas, hasta llegar a mi centro, donde todo ves girar, donde está la calma, pero te mueves un milímetro y caes nuevamente en el torbellino de fuego en helvética que no se detiene; baila como si no tuviese fin, desprecia el roce, no cree en la inexistencia del sistema cerrado; la energía se mantiene, se crea, se destruye en mi núcleo.
Percátate que en medio del mar de emociones, sumerges la cabeza y te ahogas en el sentir de millones, en la angustia del solitario, en la ira del recién nacido, en la maldición de quien rasgó sus vestiduras y ciñó su cabeza de ceniza y cal viva, en la alegría del que atrapó una mariposa en la punta de su dedo, en el que mira a su gato con cara de alienígena, mientras se relame las uñas, en medio de una cama, en el agobio del que se hunde entre las sábanas, para dar la hora a la gente que escuchaba la radio en ese minuto, en la pasión con la que tocaba un monje, su campanario, de forma desesperada, casi afanado por conseguir que Dios lo escuchara cómo meneaba ese timbal.
El pétalo de cerezo que entró por la ventana, nadando en medio del humo del incienso quemado, jugando con los aromas mentolados, envenenando poco a poco lo más profundo del alma del difunto oculto entre un monte de pastillas y botellas con alcohol que resecaron su pellejo hasta volverlo con un rostro calavérico.

Texto agregado el 21-12-2010, y leído por 125 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
21-12-2010 . moebiux
 
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