Esa tarde fue distinta a una tarde común.
Cuando mi reloj pulsera anunciaba ya las 22 hrs, me preparé para una noche inolvidable. Subí al auto, y fui a buscarte a la dirección que me indicaste quedaba tu departamento, en el centro. Llegué allí, e inmediatamente subí al 3er piso, anunciando mi llegada con el timbre de tu puerta. Ya eran las 22:30 hrs. Cuando abriste la puerta –tan expectante me encontraba, que mientras esperaba, el tiempo fue una pócima vertida en aquella laguna de sueños que anuncia la llegada de una nueva era-, me di cuenta de lo que estaba haciendo: me atreví; finalmente me atreví a hablar contigo. Ahí estabas tú: una obra de arte. Pensaba que nunca pasaría esto. Una sonrisa atravesó mi cara como si delineara un camino de felicidad en ella; te miré y perdí la noción de mi tiempo. Apenas si reparé en este primer encuentro, reí nuevamente y me acerqué a tu cara para quitarte un beso como la más sincera muestra de agradecimiento por compartir estos momentos conmigo.
Al rato ya subíamos al auto; nos dirigimos al restaurante que inauguró tu primo, donde ofrecen pastas; tu plato preferido.
Tras la primera copa de vino, te miré fijamente, y largué a reír sin excusa alguna, y serví otra copa de vino para ambos, mirándote nuevamente de forma cómplice como delatando la noche que nos habría de esperar. Entre las olas del silencio que preparó nuestro encuentro, propuse un brindis, sin dejar de mirarte; y mirándote fijamente, tomé tu mano, tu delicada y dulce mano.
"¿Tienes algún plan después de esto?"
E intempestivamente me levanté como emergiendo de un pozo lejano, y te guié a pararte; y tomé tu cintura, mirándote fijamente. Entre ambos ya no cruzaba niuno de aquellos suspiros agitados que matizaban nuestra piel. Y suavemente tomé tu cintura, ese camino que yo imaginaba mi senda; mi única senda; y te acerqué a mí. Te acerqué hasta el punto en que nuestros labios ya eran separados por una delgada línea que huyó ruborizada hacia un escondite bajo la tierra del deseo. Y nuestra piel confundió hasta nuestro nombre; y el deseo fue parte de nuestro primer suspiro de la noche.
Ya en la puerta de tu departamento, moviste tu delicado cuerpo de tal forma que me invitaste a soñar con un mundo mejor, un mundo para los dos. Y te apoyaste en la puerta, abriéndola lentamente, como si cada segundo que pasaba fuera jugando con ese calor que libraba un deseo incontenible.
Apenas entramos a tu departamento, yo pegado a ti, tú encendiste la luz como siguiendo un mecánico ritual, lo que yo respondí con risa, apretando firmemente tu trasero, y seguimos besándonos, esclavizados por nuestra lujuria; y tomé tus senos, jugando en tus pezones con mis labios deslizándose como sueño bajo el agua. Y seguí tomando tus nalgas como si amasara delirios de un fruto ya maduro, buscando la libertad. Repentinamente alejaste tus labios de los míos, distanciando nuestro pecho, y quedaste mirándome fijamente cual pequeña buscando la primera explicación de su vida. Ahora tú tomaste mi cintura; quitaste tu ropa delicadamente, como si cuidaras no romper ese momento; como cuando la vida te enseñó a disfrutar pacientemente, y dejaste caer toda tu ropa, mirándome fijamente en todo momento, como si de esa forma exigieras una respuesta; y desabrochaste mis pantalones. Luego de ello, bajaste toda mi ropa, verificaste que mi pene estuviera erecto, desnudándolo lentamente un par de veces, sin dejar de mirarme, y abrazaste mi cintura con una de tus piernas. Yo estaba enloquecido, sin detener mi imaginación fecunda, que justamente creaba una escena que seguía según lo dictado por el presente, hasta cuando tomaste nuevamente mi pene, lo dirigiste hacia donde fue abrazado por dos pequeñas entradas carnales, y susurraste “mételo”. En ese preciso instante sentí que yo despertaba del trance en que caí producto de una sensualidad desbocada, y comenzamos a hacer el amor como un par de jóvenes descubriendo la fuente de la eterna juventud, buscando la forma de detener el tiempo para no dejar de desearnos.
Todo fue un sueño, el mejor sueño que mi cuerpo imaginó alguna vez. La delicada sinfonía de tus gemidos acariciaba mis oídos, mientras tus pezones marcaban líneas en mi pecho; tus senos rebotaban de una forma tan deseable, que al vacío pedía nunca dejaras de caer sobre mi virilidad.
Y recordé esos ya antiguos momentos, cuando frente a un pc yo deseaba tocar y besar tu cuerpo desnudo, rozando tus delicados pezones, y hacerte gemir producto del goce absoluto que aseguraba lograrías algún día gracias a mí. |