Ser un dios es algo muy aburrido a veces. Los dioses no saben por qué existen; no recuerdan un origen. Dirían que están ahí desde siempre. Caminan por las calles, silenciosos, haciendo tiempo, porque es esa su labor; saben que el tiempo es suyo, y existe por sus pasos silenciosos.
Cuando se encuentran a otro dios, el mundo sufre un cataclismo: se enamoran, sucumben ante el dios. Luego recuerdan que son ellos mismos, y que lo único realmente enigmático y bello para un dios, es amar a un mortal, y familiarizarse así, una vez más, con el misterio de la muerte. Así que se disculpan mutuamente, se dan la vuelta; uno se cubre los ojos e intenta profundamente olvidar al otro, a fin de seguir su camino siendo un dios, o sea, creando tiempo, mirando con ojos que ven otras cosas y, sin deseos.
El tiempo pasa más rápido entonces, y llegados a otra época, los dioses caminan por las calles pasados de moda, enamorados de Gardel, y sabiendo sobre el romanticismo alemán. |