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Cuestión de fe.

-Es ella.- Dijo dándome un codazo en las costillas con cierto aire de complicidad que tienen dos buenos amigos. -Allá hueón, en la entrada. -Levantaba el mentón y apuntaba con sus labios sin dejar de mirar el vaivén de sus caderas.

Entre sombras y siluetas que se dibujaban entre la multitud del boliche, pude verla al fin. Se había sentado en unos de los puestos de la barra. Realmente era toda una belleza de mujer. Varias veces Diego hablaba de muchachas que según él son hermosas. Yo, por mi parte, sólo me limitaba a seguirle la corriente, pues, sus gustos suicidas no iban conmigo. Sin embargo, esta era la primera vez que concordaba en su juicio.

-Sí, sí... la veo hueón, la veo.- Le dije tratando de zafarme el hombro de su mano.
-¿Veí?, hombre de poca fe. -Aspiró el cigarrillo. -Te dije que te gustaría.- Levantó sus cejas repetidas veces mientras botaba el humo. Su expresión era petulante.

Le di un pequeño sorbo al Martini que tenía abandonado junto a la cajetilla de los puchos. Volví a dejar la copa en su lugar lentamente, como si fuera la pieza de un rompecabezas sobre la mesa.

-Ja, obvio que me gusta. ¿A quién no le apetece un pedazo de hembra como ese? - Encendí un cigarro y le tomé con fuerza el hombro. -¿Cuanto apuestas a que la llevo a la cama esta noche?

De pronto los ojos de Diego parecieron brillar con una malicia fantasmal, como una bestia en la oscuridad que revela su rostro a la luz del relámpago.

-Oh oh...Serías mi ídolo, pero... he visto como destruye a los hombres que intentan abordarla. No te será nada fácil, sobre todo tratándose de ti; un oficinista de tercera con muchas deudas y un antro de departamento en Ñuñoa.

-Tienes razón... Pero... se te escapa un detalle... -Mi semblante debía ser tan o más maligno que el de Diego. -Ella no sabe nada de eso...

Reímos e hicimos un salud por lo bajo.
Las cartas estaban sobre la mesa y tenía que idear un buen plan para seducirla. Por lo que pude apreciar Diego estaba en lo correcto. Es todo un desafío. Su aspecto de ejecutiva denota una mujer independiente, sofisticada, fina, fría, calculadora, perteneciente a las altas esferas en lo que a negocios respecta. Debe estar acostumbrada a lidiar con tipejos babosos pretendiendo conquistarla con frases cursis y extrema caballerosidad.

Me acerqué despacio, como depredador acechando a su presa y observando cada uno de sus movimientos. La mujer era indiferente a cualquier cosa u persona que estuviera a su alrededor. Lo único que parecía tener real importancia en su mundo, es un vaso de whisky que apenas había probado y, que de vez en cuando movía en círculos.
Mientras ella jugaba distraídamente con un cubo de hielo es su boca, me senté a su lado.

-Dame un Martini seco, por favor- Le dije al bartender como si fuese algo rutinario, aparentado extremo cansancio y mal humor.

De reojo la aprecié un poco más. Su pelo es castaño claro, lo tenía amarrado con un "moño casual". Las líneas de su cara eran perfectas. No tendría más de treinta años. Se veía sumamente sexy y atractiva jugando con el cubito de hielo.

-"Que cosa más rica". -Pensé. Llegaron a mi mente escenas cargadas de lujuria, hasta que el bartender interrumpió mi "tempus fugit".
-Señor. -Dejó el Martini sobre la barra.
-Muchas gracias.... Ah, disculpa... ¿Tienes un papel que me des? - Pregunté. -De inmediato el bartender sacó una servilleta encogiéndose de hombros. -Eso me servirá, gracias de nuevo.

Estaba a punto de ejecutar mi tiro de gracia. Era un plan muy arriesgado pero valía la pena intentarlo. Extraje un bolígrafo desde uno de los bolsillos internos del terno y escribí lo siguiente:

Tienes que ayudarme. Tengo un sobrino de 7 años que corre grave peligro. Si no me acuesto contigo esta noche, probablemente lo asesinarán.

Luego, sin mirarla, deslicé la servilleta hacia donde estaba ella. Leyó el mensaje, pero su rostro mantenía la misma expresión fría de antes. Después de unos breves segundos, clavó sus verdes ojos entrecerrados en mi y dijo:

-O tienes muchos huevos o eres un enfermo mental. -Su voz pareció un latigazo que por poco cortó mi respiración.
-Digamos que tengo un poco de ambos, pero si tuviera que elegir, me quedo con lo de los huevos. -Contesté y le di un sorbo la Martini para aclarar la garganta.
-¿Qué te hace pensar que aceptaría una bobada como esa? - Su voz no era tan severa ahora.
-Tengo fe.
-La fe es para los crédulos. -Me miraba por sobre su hombro con desdén. -La "duda" es para los aventureros, y yo soy una aventurera... -Hizo una pausa y agregó:

-Me ha sorprendido la osadía de tu originalidad ¿cómo te llamas...? "hombre de fe". - Expresó lo último mirando el techo.
-Leonardo.
-"Excelente. Había roto su muro de frivolidad anti cortejadores. Iba por buena senda hasta ahora." -Pensé.
-Bien Leonardo, se hace tarde ¿aún hay tiempo para salvar al sobrinito ese?, mi departamento está a unos cuantos minutos de aquí.

Más tarde estábamos en su lujosa alcoba disfrutando de un buen sexo. Fue una noche fenomenal. Aún recuerdo el placer y la risa que tuve cuando ella cabalgaba encima mio, con sus enormes pechos rebotando frente a mis ojos. Fue en ese momento que mi mente se iluminó: Cuando la fe penetra la duda, esta mueve montañas.

Texto agregado el 18-12-2010, y leído por 121 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
19-12-2010 . moebiux
 
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