Quizá por costumbre, más que por satisfacción, entró esa mañana en el bar. Desde que perdió su último empleo, era su lugar preferido. Además que quedaba camino hacia la nada, ese que recorría calmosamente, mirando escaparates, saludando a la misma gente y observando a los perros orinar en los postes y en los árboles, llevando de paseo a sus amos que tenían las mismas caras todos los días de su ocio.
Antes de entrar al bar compró cigarrillos y caviló antes de decidirse a llevar el periódico. Decidió que no, podría leer alguno olvidado en el bar o mejor no leería nada para no enterarse de lo que sucedía. De pronto se sintió bien en su ignorancia de acontecimientos. Descartar el presente, coqueteándole a la irrealidad, le sentaba bien.
El bar olía a noche, cigarro y canción vieja, pero allí estaba, como todos los días, con un vaso de whisky en la mano, observando la ceremonia de limpieza del lugar nocturno de penas y romances de muchos, mientras que para ella, se había convertido en el mejor lugar del mundo. Era feliz con su soledad y con sus carencias, no necesitaba llenarlas porque se desvanecían cuando dejaba de pensar en ellas y su nuevo vicio era el bálsamo que la alejaba de ellas.
Después del tercero, todo era fácil, inclusive abrir conversación con el hombre que desayunaba a su lado y la miraba de reojo, absorto de ver a esta rubia despeinada bebiéndose un whisky a las diez y media de la mañana. Lo miró fijamente y supo inmediatamente lo que iba a decir.
- ¿No es muy temprano para beber?
- ¿No es muy tarde para desayunar?, le contestó sin cambiar las expresiones de su rostro.
El hombre simplemente sonrió y continuó con su desayuno en silencio. Mientras tanto ella bebía el resto de la botella que no había terminado el día anterior. Ella lo observaba en silencio y escudriñaba su manera de no mirar.
De pronto se levantó, pagó la cuenta y con tono autoritario dijo:
- Recoge tus cosas que nos vamos.
Sin objetar y actuando como si estuviera en un fantástico trance, obedeció y lo siguió. Subieron al auto que olía a frío de la mañana. Al encender el motor, se miraron, él sonrió burlonamente, atravesaron una gran avenida con techo de ramas y algunas hojas suicidas cayeron sobre el parabrisas. Al llegar al departamento en un segundo piso, abrió la puerta y ella entró con naturalidad, se sintió cómoda en el lugar, como si lo conociera de antes. Tocaba los filos de los muebles como queriendo reconocerlos, observaba las cortinas y las paredes buscando en los archivos de su memoria algún fragmento perdido. El hombre no paraba de mirar, la se acercó y le quitó el abrigo, que colgó en el gancho detrás de la puerta. Le preguntó si quería beber algo, ella dijo que si y pidió un whisky.
- En esta casa no hay alcohol, me refería a un té o un café caliente.
Hizo una mueca y se tumbó en el sofá.
- No quiero nada, así estoy bien, respondió.
- Entonces vamos a la cama
Se levantó de un salto y lo siguió. Se desnudó y se acostó boca arriba haciéndole un gesto para que él la acompañara a su lado. El la miraba en silencio.
De pronto ella se incorporó y buscando en la mesita de noche y en el suelo dijo:
- Mis cigarrillos, he olvidado mis cigarrillos en el bar.