Un hombre llevó una pintura a su casa y la colocó sobre la chimenea. El cuadro representaba a una mujer sentada sobre unas rocas entre el fuego y miraba hacia un horizonte de llamas rojas como el infierno.
En invierno Samuel encendió su chimenea y se fue a dormir. Por la mañana encontró que la mujer se había despertado y salido del cuadro. Él cayó enamorado ante ella y la nombró
Lilí.
Samuel siempre conservó el cuadro con el paisaje infernal en su casa.
Él era dueño de una agencia de viajes y tenía una novia llamada Susana, Lilí le rogó trabajar con él y lo logró. Susana no sabía de dónde había salido esa mujer llamada Lilí, pero la detestaba en silencio.
Lilí se encargaba de cobrar algunas cuentas pendientes y del área de ventas, pero el negocio parecía ir de mal en peor. El socio de Samuel se había retirado y al ver todo esto Susana pensó que con Samuel no tenía futuro y terminó con él. Samuel quedó devastado y en su depresión dejó la agencia en manos de Lilí.
Para entonces Lilí y Samuel se habían vuelto muy amigos, casi confidentes; ella le contaba a él sobre su gran amor, ése que había sido su pintor, su creador y que nunca le correspondió, de ahí en adelante ella jamás volvería a enamorarse de nadie.
Samuel lloraba y Lilí lo consolaba y escuchaba. Samuel le contaba todo lo que amaba de Susana; su creatividad, sus risas, su brío, su capacidad de organizarlo todo, sus ansias de triunfo…
Entonces Lilí se propuso ser una copia de Susana mejorada. La superaría en todo y lograría que Samuel se enamorara de ella.
Alguna vez Samuel le contó sobre un perro que había tenido y al que quiso mucho, un pastor alemán que murió atropellado. Él amaba a los perros, ella detestaba a todos los animales, pero haciendo a un lado su repugnancia por éstos le regaló uno a Samuel y le dijo que ella también los adoraba.
Ambiciosa como era, Lilí en poco tiempo subió las ventas y la agencia se amplió a diez empleados, más tarde a veinte, consiguió afiliarse a instituciones gubernamentales para ofrecer viajes económicos en paquetes para empleados y continuó con este mismo plan en empresas privadas. Así tomaron un local más grande que decoraron con gusto.
Entonces Samuel retomó las riendas de su negocio con entusiasmo y comenzaba a desdibujársele el rostro de Susana para dar cabida a la imagen más real de Lilí.
Si ella era hábil para los negocios, él lo era para el trato con el público. Fácilmente se granjeó amigos de altos niveles sociales, lo que les atraía clientela. Fue por entonces que Lilí y Samuel se hicieron novios y un año después, con el negocio en auge y algunas deudas que calcularon finiquitar pronto, ellos se casaron.
El pastel de bodas fue lo más sobresaliente de la celebración: de tres pisos, impecablemente blanco y con una encantadora pareja de muñequitos de plástico coronando la superficie. Como si de una predicción fatídica se tratara, la perfecta pareja de muñequitos de plástico, se vino abajo hundiéndose en el merengue hasta ahogarse dentro de él.
Con préstamos adquirieron una casa rematada por el banco y que estaba en ruinas y también con préstamos la reformaron. Lilí le organizó la vida: lunes, días de dedicarse exclusivamente al negocio. Martes: salían al cine. Miércoles: ella con sus amigas y él con los suyos en reuniones separadas. Jueves: salida a cenar o al teatro. Viernes: salida juntos de copas con amigos mutuos. Sábado y domingo: todo el día descansando en casa. Contrataron una muchacha que aparte de los quehaceres cocinara y un muchacho para cuidar al perro y lavar los autos.
Samuel entonces trajo otro perro a la casa y ella los mimaba frente a él. Pero lo peor para ella vino cuando él le pidió que tuvieran un hijo, ella tampoco quería a los niños, puso mil pretextos, dijo que ella también lo ansiaba pero que primero debían pagar todas sus deudas, sin embargo casi accidentalmente se embarazó, no le dijo nada a su marido, Lilí fue acompañada de una amiga a una clínica clandestina y abortó.
Al ver las ansias de Samuel por tener hijos, Lilí le propuso viajar al extranjero y atenderse. Él se puso tan contento que de inmediato aceptó, fueron a varios centros médicos donde los doctores no encontraban respuestas a su “infertilidad” y ella aprovechaba para ir de compras, porque llegó un momento en que las cuentas bancarias pasaron a ser manejadas por ella. Tampoco por eso quería tener hijos, para ella significaban cadenas y sólo amaba el dinero.
En el negocio ella se hizo cargo únicamente del dinero y Samuel, ciego, no sabía ni cuánto ganaban o cuánto debían. Si quería un auto nuevo o un simple traje, tenía que consultarlo antes con ella.
A Lilí le gustaron los viajes al extranjero y continuamente se iba sola o acompañada por su marido a todos los sitios habidos y por haber y no tanto por conocer, sino por su pasión desmedida por las compras. Regresaba cargada de equipaje extra y por ningún motivo dejaba de solicitar su devolución de impuestos en los aeropuertos del extranjero.
Samuel, cansado de esperar el hijo que nunca llegó, convencido por ella de que era lo mejor, volcó su amor paternal en sus perros, llegaron a tener hasta siete o más. Cuando ella se hartaba de alguno lo envenenaba y luego les preparaba un lujoso funeral en el que lloraba hasta el desmayo y caía varios días en cama. Toda esta ficción la hacía para que no le trajeran más perros, pues decía quererlos tanto que sufría hasta lo indecible por su partida. De cualquier modo los perros siguieron llegando.
Las cuentas aumentaban cada vez más, llegaron a un punto en que todo lo debían, hasta la mesa donde se sentaban.
A Lilí se le ocurrió entonces otro negocio, hacer préstamos personales con intereses altísimos. Con esto se hicieron de otras propiedades, autos de colección y un mejor estilo de vida. El único que trabajaba era él, pero ella no quitaba el ojo del dinero entrante y saliente. Y la agencia pasó a un segundo plano.
Un día Lilí se encontró con su creador; el pintor, al verla fuera del cuadro también se enamoró de su obra y vivieron un romance. Samuel se dio cuenta de los cambios de ritmo en sus rutinas, en la actitud indiferente de ella y hasta en los gastos, pues ella le daba grandes sumas a su amante con tal de que él no pintara más mujeres, ella quería ser la única creación de su artista. Samuel comenzó a escuchar comentarios suspicaces, así que mandó a un investigador privado a seguirla y se enteró de todo.
La enfrentó, pero por guardar apariencias no se divorciaron, acordaron un matrimonio abierto. A ella tampoco le convenía el divorcio, perderían grandes sumas de dinero y habría que comenzar de nuevo. Además en ese momento debían aún más dinero, no tenían liquidez, todo lo que tenían era préstamo.
Samuel también se enteró del aborto que ella se hizo, Lilí misma se lo dijo en un ataque de furia. Y para entonces Samuel sabía perfectamente que sólo lo había usado, que no lo amaba y que todo era una mentira. Tenían terribles peleas en las que Lilí, rabiando, regresaba a su pintura por horas para luego salir del retrato y volver a retar a Samuel.
Sus allegados veían sólo las apariencias y estaban impresionadas, ¡qué exitosos eran! ¡Cómo se amaban! ¡Qué tren de vida el que llevaban! ¡Habían escalado tan alto! No cabía duda de que, a no ser porque los pobres nunca pudieron tener hijos, eran la pareja ideal.
Harto de Lilí, un día Samuel encendió la chimenea de su nueva casa y arrojó el cuadro en ella, entonces la mujer apareció en la hoguera suplicándole la sacara de las llamas. Samuel se aseguró de mirar derretirse por completo el óleo donde se encontraba la mujer. Lilí desapareció para siempre convertida en cenizas.
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