Armida salió de la iglesia con los ojos acuosos e inflamados de tanto haber llorado en el recinto. Muchos eran sus problemas económicos, su marido había perdido el trabajo y ella no encontraba la manera de sostener a sus ocho hijos.
Al cruzar el atrio de la iglesia vio venir hacia ella una figura muy alta y estilizada. Se trataba de un elegante caballero que portaba un traje de corte inglés, reloj con fina cadena de oro, prolijo en extremo, con bigotes y patillas que enmarcaban una tez blanca y rasgos finos. Portaba sombrero de bombín, zapatos italianos y un bastón de ébano con empuñadura de marfil que manejaba con donaire en la mano derecha.
Armida se petrificó al verlo venir decidido hacia ella y hacerle una gentil caravana quitándose el sombrero que apretó contra su pecho.
- Así que está usted pasando por graves dificultades, ¿eh? – le dijo con un tono modulado de voz.
- ¿Quién es usted?
- Alguien que puede ayudarla
- Pero yo no lo conozco…
- Quizás más de una vez habrá escuchado usted hablar de mí, me nombran de muchas maneras y me retratan de muchos modos… pero en realidad mi nombre no es importante… lo primordial ahora son sus necesidades, doña Armida…
- ¿Acaso me conoce?
- Conozco sus problemas, verá… tengo mis informantes… por decirlo de alguna manera…
- Déjeme seguir mi camino, usted me quiere confundir…
- No Armida, no desprecie la oportunidad que le presento, sus problemas económicos se resolverán y le aseguro que sólo quiero ayudarla, no le pediré nada a cambio…
- ¿Cómo es que nada?
- Nada, bueno, excepto una cosa que no es ni siquiera de ligera importancia, si usted está dispuesta a darme su… su sombra…
- ¿Mi sombra? Es la cosa más extraña que haya oído jamás…
- Tomémoslo como una mera formalidad. No hay de qué preocuparse, si lo piensa bien, la sombra no sirve para nada, no se siente, a veces desaparece por sí sola y nadie lo nota. La sombra proyectada sobre las paredes o los pisos no significa nada, a cambio de ella recibirá muchos beneficios de mi parte… me gustan las sombras… es decir, que las colecciono.
- Mi sombra… - Armida pensó un momento y dijo – pero eso es algo de lo que no se puede disponer, ¿cómo puedo darla a nadie?
- Le repito que se trata de un sencillo convencionalismo, así no sentirá que lo que recibe es totalmente gratuito, piense en sus niños…
- Yo daría cualquier cosa por mis hijos y por mi familia…
El caballero bajó con lentitud la punta de su bastón de ébano hasta el piso donde se proyectaba la sombra de Armida y la ensartó ahí mismo, de pronto la sombra se enredó en ésta, él levantó el bastón y la sombra pareció ser absorbida por este objeto.
- Armida, tenemos ya un trato – dijo el extraño.
Ella quedó perpleja unos instantes mirando cómo su sombra había desaparecido. Al levantar la cabeza no vio por ninguna parte al extraño hombre.
Cuando regresó a su casa encontró a su familia feliz, su marido había conseguido otro trabajo mucho mejor remunerado que el anterior, además habían recibido la noticia de una herencia millonaria de un pariente al que ni siquiera conocían. Tales noticias hicieron que Armida olvidara el extraño suceso con aquel hombre. Todo cambió para ella y su familia, iniciaron una vida de lujos y comodidades antes desconocidos.
Al paso de los días. Armida fue a dar gracias a la iglesia, pero estaba cerrada. Fue entonces que recordó el suceso de su sombra. Miró al piso y toda la gente que pasaba por ahí proyectaba sombra, menos ella.
Dio una vuelta sobre sí misma y nada. Armida sintió que despertaba y se daba cuenta de lo que le había ocurrido. Comenzó a temblar y caminó presa de la desesperación buscando su sombra por las calles y gritaba a toda voz:
- ¡Mi sombra, he perdido mi sombra! ¡Le he vendido mi alma al diablo por unos cuantos pesos! ¡El demonio me engañó y se llevó mi sombra, con ella le vendí mi propia alma!
Por más que ella indagó, jamás volvió a saber nada del coleccionista de sombras. Los días que le quedaban a Armida estaban contados. Armida terminó loca.
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