Don Encarnación contemplaba con aire nostálgico desde su departamento en el piso cuatro en Miraflores, el verde intenso del mar esta calurosa tarde, faltaba solo dos semanas para navidad y aun no había colgado los adornos en las ventanas, ni había armado el árbol y la estrella resplandeciente en lo alto, tampoco colocado las lamparitas de colores, era la primera navidad que pasaría sin la presencia de su Baltazara y sentía toda la desolación que motivaba su ausencia, hacia solo tres meses que ella subió al cielo, se enjugo furtivamente una lagrima con el dorso de la mano.
Para ella la decoración del árbol y los demás preparativos constituían un ritual sagrado, decía que la campana significaba alegría y amistad, la estrella esperanza y salvación, don Encarnación cumpliría 75 años el próximo febrero y su hija y su nieta se encontraban en México y no vendrían, tenía una considerable fortuna y se sentía sano y fuerte como un roble, pero se encontraba desganado y una vocecita le decía, lo que pasa es que te sientes solo, muy solo, pero siempre tuvo un temple de acero y se dijo así mismo que no se dejaría vencer, empezó a conversar en voz alta y a ocuparse en algo, que es el método mas eficaz para ahuyentar la tristeza, entonces recordó que su esposa en una caja había guardado las agendas antiguas, y las tenía en la cochera, ella siempre le dijo que alguna vez habían de servir y parecía que este era el momento, bajo a buscarlas y empezó a averiguar el teléfono o la dirección de sus amigos de la infancia, se pregunto qué sería de ellos, la vida con su frenética actividad los había alejado en algún punto del camino, revisando los datos encontró el teléfono de Alfredo al que le decían oreja de panqueque, lo llamo desde su celular y le respondió la voz de una niña, le dijo que su abuelito estaba cojo si lo podía esperar unos minutos, así lo hizo y capto la voz que decía alo, alo; si alo hablo con Alfredo de parte de Encarnación, de papita te acuerdas de mí; papita que milagro es este, al fin te acuerdas de los pobres; disculpa hermano me he tardado años, pero más vale tarde que nunca, que sabes de la vida de los demás del grupo, de los amigos del barrio, cuando podemos vernos, dime que día te puedo pasar a buscar, cuéntame te vez con los demás; si con algunos de ellos me encuentro cuando voy a cobrar mi pensión de jubilación, veo a corneta y a maringa, también a la ñanga, me puedes dar sus teléfonos, si claro pero tengo que buscarlos me puedes volver a llamar en unos 20 minutos, está bien Alfred no hay prisa tómalo con calma, colgó y a su mente acudieron los recuerdos de la niñez como traídos por una alfombra mágica, recordó como surgieron los apodos.
Estando en la escuela con su vocecita de niño hablaba hasta por los codos, la maestra le dijo pronuncia bien bota la papita que tienes en la boca, rieron los compañeros y con papita se quedo.
Alfredo era el oreja de panqueque por sus grandes orejas.
Corneta, porque con un trompetin que le regalaron en la navidad, lo hacía sonar a cada rato y no se desprendía de él.
Maringa, en una de las tantas actuaciones en la escuela salió disfrazado con terno y un bigotito, canto esa canción y todos le llamaron luego maringa, maringa.
Ñanga, también en una de las actuaciones en la escuela, salió ella vestida de rocanrolera y con una guitarra eléctrica, pusieron un disco y ella hacía gestos como si estuviera tocando y cantando, y varios dijeron es pura ñanga y se quedo con ese apodo.
Se aparto un poco de los recuerdos y volvió a llamar a Alfredo que le dio los números de teléfono de los otros amigos, y los llamo a cada uno de ellos, luego casi maquinalmente se dirigió a su gran ropero que ocupaba todo un cuarto, saco una gran caja de cartón y lo llevo a la sala, con suma delicadeza y cariño procedió a desenvolver los adornos, empezó a armar el árbol y a medida que iba acomodándolos le parecía que la animación y el gozo de vivir se infiltraba en su ser, desaparecía la sensación de desgano y cansancio que lo abrumaba, cuando en la noche contemplaba el árbol y los adornos puestos y la estrella en lo alto parpadeando, tuvo el impulso de agradecer a Dios en voz alta, porque desde el momento de la conversación con sus amigos de infancia, la tristeza se había replegado, pensó ¿qué es ser viejo? La gente joven ignora cuan bello es envejecer, toda la vida ha sido vivida, todos los dolores están sufridos, y no queda nada por amar, odiar, perseguir o temer, como decía el gran Goethe en un poema.
“todo lo dan los dioses
Los infinitos dioses
A sus favoritos, todo entero
Todas las alegrías
Las innumerables alegrías
Todas las penas
Las innumerables penas
Todo, todo entero”
|