“Todas las parcelas de mi vida tienen algo tuyo
y eso en verdad no es nada extraordinario…”
(Mario Benedetti)

Solo quería irme, regresar a mi vida y olvidarme de todo.
Indefenso, te abrazaste a mí y apoyaste la cabeza en mi regazo. No opuse resistencia, no tenía fuerzas, estaba resuelta a marcharme. Llevaba conmigo el obligatorio desaliento del que sabe que ya no queda nada más que hacer, esa especie de cansancio sin culpas ni reproches.
Percibí tu respiración agitándose sobre mi pecho y un fino sollozo que se desprendía desde lo más hondo de tu ser, fue atravesándome lentamente la piel hasta introducirse en mi propia alma.
Comprendí que tus lágrimas no se debían solamente a mi partida. Llorabas con infinita tristeza por todas y por cada una de las que se alejaron o habías dejado ir.
Quedé inmersa en un profundo silencio.
Como destellos fugaces comenzaron a serpentear los versos de Mario “Todas las parcelas de mi vida …”
Tímidamente posé mi mano sobre tu espalda. Sí, pensé, “es muchísimo más grave…”
Y decidí quedarme.