La puerta de la humilde casa como de costumbre permanecía abierta. Afuera, en el patio gallinas de todos los colores picoteaban los restos de comida que tiraba la Maiga.
El quiltro echado sobre una vieja manta durmiendo en la entrada de la puerta, estorbando el paso de la mujer que entraba y salía a cada rato, haciendo los quehaceres del hogar.
La Maiga, Margarita para los desconocidos; despeinada como siempre y vistiendo un delantal con pechera floreada, movía su regordeta figura, por todos lados. El mate, su vicio, al lado del cañón sobre el ladrillo anaranjado y una pequeña tetera que no dejaba de hervir.
En una esquina, sobre una rústica repisa reposaba una vieja radio que chicharreaba rancheras todo el santo día y la Maiga una que otra vez le daba unos golpes al aparato para que funcione bien, a veces, le resultaba y otras no.
Con afán preparaba el almuerzo a su esposo, quien acostumbraba a llegar pasadito las doce a almorzar.
-¡Córrete pa’lla Bumercindo!-.
-Anda a’echar tus pulgas a otro lao-, le chillaba al perro, mientras le empujaba con el pié para que se corriera el animal.
-¡Flojonazo!-
-¡Pulguento!- -Gritaba a todo lo que daba su aguda voz-.
Y entre tanto alboroto, las gallinas y sus pollos arrancaban y los gansos levantaban las alas para salir volando.
Un silbido la hacía quedar por unos segundos quieta; Era su Lucho que venía a casa, con el hacha en el hombre, sin camisa, mostrando su macizo cuerpo efecto de tantos hachazos.
La mujer proseguía con sus gritos.
-¡Lucho!... -¡Lucho! … -¡Apúrate hombre!, tu comi’a se va enfriar-
Lucho con su calma, dejaba el hacha clavada en un tronco y sacaba con dificultad sus botas negras de goma.
Mojando trozos de pan en la sopa de papas que le había preparado su mujer don Luis se alimentaba.
-¡Vieja! … ¡Vieja! … Le gritaba con su calma de siempre a su mujer que aun seguía afuera en el patio.
La Maiga que se hacia la sorda cuando no le convenía, no contestaba…
-¡Vieja!-
-Tengo ganas de comer carne-,
La Maiga, ya en la cocina y haciéndose la desentendida fregaba con afán una olla.
-Oye Lucho-
-Mm- farfullaba con desgano el marido que estaba tendido en un banco detrás de la estufa.
-La chancha de nuevo se metió a la huerta-
-No sé por donde miechica entró-
-Va’ia tener que cosechar ligerito esas papas o si no se las va a comer to’ititas- Proseguía sin dejar de hablar.
-Corrámosle cuchillo entonces po! … -Le respondía el Lucho con ironía-
-Sh! … ta’i loco-
-¡Esa chancha no me la toca nadie!- Exclamó…
-Mira que ya la tengo ofrecía por ahí ya pa’venderla- pa’tener platita para ir a las ramadas pa’ Septiembre-.
El Lucho que ya lo había vencido el sueño, no le había escuchado nada.
La Maiga llamando a sus aves para darles de comer y Bumercindo estirándose y abriendo el hocico después de haber dormido largas horas.
El perro ladraba hacía la huerta, la mujer curiosa miró desde la ventana y dio un grito que el pobre de Luis pegó un brinco del susto…
-¡Lucho! … ¡Lucho la chancha! …
-Anda a corretearla que se va a comer todas la papas!… -Gritaba-
El Lucho enojado, salió descalzo y agarrando el hacha que estaba a la salida de la puerta fue directo donde estaba hozando la chancha y con una destreza increíble tiró el hacha y la cual fue a dar directo en la cabeza del animal, que quedó dando unos espasmos hasta estirar las patas.
-¡Lucho!… Te fuiste corta’o con mí chancha!… -Le gritaba la mujer embravecida-
Y el Lucho volviendo a su calma de siempre, y rescatando su hacha tomó rumbo al monte seguido esta vez por su quiltro.
-¡Qué cena nos vamos a dar esta noche Bumercindo!- reía…
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