Cuántos de aquellos desganados pasajeros
se enamoraran fugazmente
durante un pequeño viaje.
Cuántos irán mirando por la ventana,
sintiendo un calor en su hombro
de un ser desconocido que va sintiendo,
unas insoportables ganas de hablar.
Cuántos otros cruzaran sus miradas con deseo,
pidiendo una caricia con sus ojos.
Otros que miran a quien no los observa,
sólo sintiendo el placer de mirar un cuerpo hermoso.
Muchachas que cruzan sus miradas
con apuestos hombres. Hombres que observan
con detalle a preciosas mujeres
que tienen a la distancia, con la vista perdida.
Algunos, quizá, deseosos de entablar
las primeras conversaciones
con la persona que llevan a su lado,
con el objetivo de conocerse más,
o por el sólo hecho de abandonar
sus pequeños mundos y construir
un diminuto puente que los una
con la persona, que al igual que él,
imita con su cuerpo, los vaivenes
del bus en el camino.
Personas que buscan salir
de sus solitarios pensamientos
y dedicar pequeños minutos
a contemplar a quien nos acompaña
sin ser, precisamente, un acompañante,
en un viaje que durará un par de horas.
Esas personas que no elegimos
encontrarnos en aquel bus
y que pierden sus miradas erráticas
entre el paisaje y los cuerpos.
Cuántos fingen no mirarse,
siendo que ya son capaces de describir
por entero los cuerpos hermosos,
desgarbados, esmirriados, voluptuosos,
ajenos que llevan a su lado.
Otros que tan sólo se enamoran
de algún aroma que acompaña sus viajes,
sin buscar el cuerpo que lo irradia.
Cuántos otros llevaran semanas topándose
en el mismo bus deseando hablarse,
tocarse, acariciarse, escucharse
y que callan por miedo a ese Otro
tenebroso y desconocido.
Cuántos habrán pensado
que han conocido al amor de su vida.
Cuántos otros esperan poder encontrarlo
mientras el bus sigue girando sus ruedas.
Cuántos otros se bajarán del bus
deseando volver a encontrarse a la misma persona
que hizo de un insignificante viaje algo más,
aquel que le mostró que la vida
se hace a cada minuto y en cada lugar.
Aquel que desea volver a repetir un viaje
que jamás volverá a ser igual.
Aquel que siente su pecho vibrar
cuando abandona el bus, deseando
volver a mirar los mismos ojos,
cruzar las mismas sensaciones,
construir ese puente con el ser
que no conoce y que quizá, al igual que él,
espera un susurro, una voz temblorosa,
pero deseosa de conocer,
de escuchar, de besar, de abrazar…
Cuántos más mirarán como los otros
se enamoran fugazmente en un viaje de autobús
y retornan a sus casas con la mirada perdida,
con un aroma en su nariz, una voz en su cabeza,
o simplemente los que llegan a escribir esto…
Cuántas veces te habré visto en aquel bus,
Sin conocerte, sin abrazarte, sin besarte,
Sin decirte el te quiero que ahora susurro en tu oído.
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