Era ya bastante tarde y no tenía sueño. Me levanté de la cama camino a la única ventana dispuesta en mi habitación. El cielo estaba plagado de estrellas. No recordaba francamente la última vez que lo había hecho. En otra época, duraba horas enteras pensando en cómo sería ella. Me recostaba sobre el césped del pequeño jardín frente a mi hogar o me apoyaba junto a los troncos de los árboles de cualquier parque intentando vislumbrar su bello rostro entre las sombras de las flores o entre las formas que tomaban las estrellas entre si por su deambular por el cielo. Recuerdo que me quedaba observando aquellas pequeñas y distantes lucecillas y podía sentir como ellas, desde el lugar en donde se encontraran, también se sentían solas, podía percibir como alguien desde allá arriba buscaba lo mismo que yo, similar al Principito que emprendía su viaje en busca de un amigo, o al pastor de ovejas que anhelaba descifrar el significado de sus sueños guiado por un Alquimista. Quizá mi travesía fuera más difícil…

Pero cuando la hallé ya nunca más tuve que volver hacerlo. Había comprendido que mi deambular entre esperanzas fallidas y fantasías irrealizables había terminado, sentí como mis ilusiones al fin se habían materializado y como todas aquellas cosas que siempre anhelaba ahora existían. Nunca más, pensaba, tendría que buscarlas allí arriba porque ya las tenía ahora a mi lado.

No obstante, la felicidad siempre ha sido bastante esquiva para mí. No sé si todo esto tan sólo fue un bello sueño del que me había negado despertar o una tonta historia que yo mismo había escrito para hacer más llevadera mi tristeza, mi melancolía y mi soledad. Pero cuando hasta ahora me estaba acostumbrando vislumbré, con algo de desesperación, el que ya no estaba junto a mí. Probablemente volvió al mismo lugar en donde alguna vez la había encontrado: aquel bello sitio en el que pude contemplar su figura antes de conocerla, ese rincón del firmamento en donde pude disfrutar infinitamente de su sonrisa, el escondite nocturno en donde cada noche nos encontrábamos para ser por fin felices. Y cuando finalmente había pensado que mi viaje había concluido vuelvo ahora a empezar.

Ya es tarde y no tengo sueño. Me siento junto a la ventana mientras continuo observando el cielo. Tengo miedo. Olvidé donde te había encontrado…

Fin


Bogotá, 9 de Julio de 2004


Carlos Alberto Pinilla Morales

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