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Una vez más el insomnio. El de ayer, el de toda la semana, siempre el mismo: No duerme y piensa. Pensar, pensar para encontrar razones…Las cinco, las seis, las siete y esa mancha en el techo.
Le duelen las pantorrillas y tiene los labios resecos. Descalzo, se dirige al baño. Frente al inodoro apoya un brazo en la pared. El chorro es compacto y grueso. Cercano a los cuarenta mantiene la tez morena y sólida de los años juveniles. Aún afeitado, la barba marca una sombra viril en esa cara de nariz ganchuda y mirada penetrante. Decide preparar un café. Apresura el paso hacia la cocina. Observa indiferente un condón usado colgado grotescamente de una lata de cerveza.
Escucha desde allí los ronquidos de Ana. En tanto agita el polvo concentrado y pone la pava en el fuego piensa en la jornada de sexo de la noche anterior. Ana es un animal amatorio, un objeto obsceno.
Besa y muerde, lame y araña. Jadea interminablemente como si el cuerpo que se le opusiese fuese un instrumento que debe afinar y finalmente tañer entre alaridos primitivos. De últimas, satisfecha, monta sobre su hombre, le lame las orejas, la nariz y con la punta de la lengua le recorre una y otra vez los labios. Estrecha sus senos contra el pecho velludo del fauno; le besa el ombligo y los pelos del pubis. Extrae rápidamente el condón con un suave forcejeo de labios y lava con la lengua, siempre insatisfecha, las genitales y demás zonas erógenas de ese cuerpo sometido a sus caprichos. Luego, como estremecida por una espina mortal atravesada en la glotis, dolorosamente crispada, profiere un aullido de éxtasis y se enrolla sobre sí misma, sudada y febril, como respondiendo a un recurso esencial de supervivencia. En esa posición queda profundamente dormida…

Descorre totalmente la los dos tramos de la cortina de raso rojo.
El sol asoma sus primeros rayos y la brisa fresca que entra por el gran ventanal le relaja la expresión
Contempla la ciudad aún inmóvil.
Prontamente el tráfico será constante y como de costumbre enmarañado; los turistas y sus cámaras entrarán y saldrán de las boutiques de ropas de marca en un ir y venir constante. Persecuciones, ulular de sirenas, rugido de motores... El individuo de la metrópoli y su vertiginosa peripecia de todas las horas. Su habitat.
Una inquietud lo agobia. El pocillo traquetea sobre el plato.
Claudio no lo llamó en toda la semana, tampoco contestó sus llamadas.
Anhela la locura de sus brazos poderosos apretándolo contra la pared de la duchera…
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Vuelve a la cocina.
Para entretenerse resuelve limpiar la vajilla que espera en la pileta. Suena el celular. Lo busca como un enajenado. Lo descubre debajo de la cartera de Ana.
…- Si…diga
- (…)
- ¡¡ Claudio¡¡ mi vida, dónde estuviste todos estos di…
- (…)
- ¿Cómo que vas camino a Río...? ¿Con quién maldi…?
- (…)
- Jorge ¿dónde estás? ¿Qué son esos gritos? Vuelve a la cama bomboncito…
Éste hace caso omiso de los ruegos de la esposa y se encierra en el baño para proseguir la plática.
Ana salta de la cama, se estira gimiendo y bosteza con ganas. Absolutamente amodorrada acomoda cansinamente el cuerpo calzándose la combinación, la robe y las sandalias. Enciende un cigarrillo.
Sale de la habitación; se detiene. Escucha sorprendida frente a la puerta del baño : ¡¡No me puedes hacer eso¡¡”
Preocupada continúa la marcha hacia la cocina. Prepara un café en medio del silencio apenas alterado por el leve cuchicheo proveniente del baño. En tanto echa una cucharada de azúcar al pocillo, el marido se hace presente en el espacio de la puerta con el rostro congestionado y febril.
- ¿Qué te ocurre amor? ¿Quién ha llamado a estas horas?; estás demudado… ¿Qué te ha pasado?
- Nada que a ti te interese. Cuestión de negocios…unos bonos que cerraron a un valor imprevisto en la Bolsa de N.Y. y nuestro agente solicitaba instrucciones…eso es todo. Vuelve a la cama.
- Bueno creo que no es para que te pongas así…nuestra posición es muy firme, tú sabes: Papá nos auxiliaría de ser necesario. Al fin de cuentas nuestro matrimonio incluye intereses muy sólidos que tú conoces muy bien y bueno…un contratiempo inesperado, digamos que una tormenta pasajera, no puede alterar el control de tus actos de esta manera. Tranquilízate por favor.
- No, no es tan sencillo. El golpe es duro. Ten la gentileza de dejarme solo. Tengo que planear una estrategia de efectos inmediatos. Estaré en el estudio no sé por cuanto tiempo.
- Bueno está bien. Yo volveré a la cama y te esperaré ansiosa. Lo que pasó anoche es un plato que quiero repetir y tú… que eres todo un caballero no tendrás la descortesía de despreciar el llamado de una dama sedienta de amor ¿verdad?
- Si, si…claro. Dame una hora y volveré al lecho, aún es muy temprano.
- Te espero… amorcito. Lo toma del cuello y lo besa apasionadamente. El se la quita de encima con un además áspero…sorprendiéndola. Al alejarse se da vuelta, le sopla un beso y desaparece por el corredor con un gran signo de interrogación dibujado en la cara.
Se quita la bata y desliza los pies de las pantuflas. Se sienta pensativa sobre la cama. Cruza sus hermosas piernas tratando de interpretar la conducta de su esposo: La llamada sorpresiva y esa extraña exclamación que llegó a escuchar. >
Recordó que al agente bursátil de marras, un hombre entrado en años, nunca había sido tuteado por la familia. Menos él que lo conocía de niño a través de su padre, por cuanto ese tono confianzudo lucía fuera de tono. Se aflojó un poco y encendió un nuevo cigarrillo. Enarcó las cejas.
Llevaban un año de casados y básicamente la relación entre ambos era afectuosa pero de ningún modo amorosa. El matrimonio se había consumado a instancias de un negocio entre dos familias asociadas en un proyecto industrial de gran envergadura. Se necesitaba sellar un compromiso que excediese o complementase decorosamente la formalidad del texto escrito.
Alguien había tenido la feliz idea en juntar al eterno solterón… ella tiene siete años menos que él, con la hija del principal proveedor de insumos agropecuarios, soltera y sin compromisos, amiga de las farras y de no complicarse la vida.
Conformaban una linda pareja. Ella siempre notó algo frío en ese hombre que le hacía el amor pero no se conmocionaba. No obstante tenía que cumplir un papel que por cierto ejercitaba con mucha profesionalidad, y más que hurgar acerca de la vida de su esposo extramuros, intentaba ser útil en función de las razones básicas que los llevaron al matrimonio. Amantes furtivos no le faltarían y todo debía funcionar aceitadamente. Si tenía que ocupar en esa casa un lugar reservado a una pieza de mayólica florentina lo ocuparía sin preconceptos. Lo importante era mantener el imperio y si venía un hijo…tarea cumplida. Inclinando el torso acomodó la cabeza en la almohada y se imaginó en Capri con aquel zafio marinero turco que le hizo conocer cuánta sensualidad puede abarcar el placer carnal. O el primo Omar que una vez la invitó a presenciar el apañamiento de una yegua con un semental y en tanto le introducía las manos entre los senos la arrastraba hasta las parvas para hacerle el amor más maravilloso.
Apagó el cigarrillo e intentó dormir. Optó por levantarse nuevamente y gozar del fresco del balcón a fin de aplacar el súbito calentamiento. Se sorprendió al escuchar a un costado un llanto apagado. Se acercó a la barandilla del balcón y alcanzó a ver a su marido sentado al borde de la correspondiente al estudio. Leía sollozante un papel que sostenía entre las manos.
- Jorge, Jorge ¿que te ocurre amor mío? Sal de ahí que te puedes caer. Aguárdame un momento que me encuentro contigo inmediatamente.
Despavorida cruzó el cuarto; tomándose del marco de la puerta giró prestamente en dirección al estudio de su marido. Estaba cerrado con llave. Golpeó con los nudillos y luego con los puños sin obtener respuesta. Corrió como endemoniada y tomó el teléfono. Marcó un par de números solicitando ayuda al portero sin dar más datos, excepto que trajese consigo elementos para abrir una puerta trancada por dentro.
Cortó y volvió a la puerta. El llanto de su marido se había transformado en ronquidos desesperados…
- Por favor Jorge…que te ha pasado. Confía en mí amor mío. Abre la puerta, te lo ruego…
En minutos el conserje consiguió el propósito buscado.

Un papel húmedo se hallaba tirado en el piso. El funcionario asomó el torso por la ventana y observó con azoramiento allá abajo, sobre el techo de un auto despanzurrado, una mancha como de grasa con varios extremos en posición caótica, rodeada por una muchedumbre que impedía el paso de los vehículos. Ella quiso mirar también pero el funcionario se interpuso y le dirigió una mirada comprensiva cuyo significado captó rápidamente
- Señora…la policía se encargará de esto. Le aconsejo no mirar, no tocar nada.
- Pero era…es mi marido ¡qué le pudo ocurrir¡ Estábamos tan bien.
Se abraza al portero y llora desconsoladamente. El funcionario se separa de ella con estudiada discreción procediendo a realizar algunas llamadas por el teléfono de la casa.
Con manos temblorosas flexiona las rodillas y toma el papel del piso.
“ANA: HEMOS SIDO PROTAGONISTAS INOCENTES DE UNA COMEDIA INFECUNDA QUE LA VIDA SE OCUPÓ DE CONVERTIR EN TRAGEDIA Y DESGRACIA NUESTRA. TÚ NO TE MERECES ESTO PERO EL DESTINO PUDO MÁS.PERDÓNAME. JORGE”


LUIS ALBERTO GONTADE ORSINI
Derechos reservados
Montevideo, noviembre de 2010

Texto agregado el 02-12-2010, y leído por 91 visitantes. (0 votos)


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